El domingo pasado, nos acompañaron a misa nuestro hijo Cristian y su familia, lo que nos llenó de gozo a María Elena y a mí; Valentina, la hija menor de este amado matrimonio, que tiene 5 años, de pronto, al iniciar el programa dominical, la niña se separó se sus padres y se sentó junto a mí e hizo lo que hasta ahora ningún otro nieto ha hecho, con un voz sumamente dulce me dijo: ¿Abuelito, me podrías decir algunas cosas sobre la misa? de inmediato le contesté que sí, pero le pedí lo hiciera en voz baja o si esperábamos al término de la celebración, pero ella insistió en que fuera en ese momento; me preguntó sobre la vestimenta del sacerdote, la manera de dirigirse a los presentes, el significado de la ostia y el proceso de la consagración y algunos detalles más, todo lo hizo de una manera muy solemne y respetuosa. Mi nieta siguió con atención la liturgia y en el momento de la consagración cuando nos arrodillamos, la niña también lo hizo y me observaba con detenimiento, colocó sus manitas en forma adecuada y guardó silencio, cuando terminó ese divino momento, me preguntó: ¿Abuelito, por qué cerraste los ojos cuando nos arrodillamos? Le contesté para sentir en lo más profundo de mi ser la presencia de Dios, ella pareció sorprendida y pensando que no me había entendido le di una explicación más sencilla: cierro los ojos para sentirme más cerquita de Dios, así como estamos tú y yo en estos momentos y la abrace y la besé en su mejilla; mi nieta sonrió complacida. Pensé entonces en la inocencia de los niños y en la gran responsabilidad de los adultos para guiarlos por el camino de la fe. Después pasaron cosas sorprendentes, he sentido más cerca de mí a mi hijo, quien en algún momento de su vida pensó que yo lo había abandonado.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com