En una ocasión, platicaba con algunos de mis amigos de la adolescencia, que teníamos como residencia el barrio del 19 y 20 Zaragoza de nuestra querida Cd. Victoria, y recordábamos cuando formamos lo que dimos en llamar “Club de la Amistad” decidiendo tener como cede el techo de nuestras viviendas; durante las reuniones tomábamos acuerdos democráticos para llevar a cabo algunas acciones en beneficio del grupo, hablábamos de fútbol de vecindario, de excursiones al río, de los festejos de cumpleaños, incluso, de la seguridad, aunque no había en aquel entonces mayor riesgo que el de encontrarse por la calle a otro club con diferentes intereses a los nuestros.
Reconozco que éramos muy unidos y para no ocasionar fricciones entre nosotros, habíamos decidido que se ejerciera en forma natural el liderazgo de cada quien, privilegiando la fortaleza de las virtudes personales, de tal manera, que aquél que tenía atributos especiales para organizar las fiestas, le permitíamos ejercer con toda libertad sus funciones; aquél que se destacaba en alguna materia escolar, era el encargado de explicar a demás sobre esa área del saber; en lo particular me encontraron capacidad para escuchar y aconsejar sobre los problemas o situaciones que comprometían a las emociones; a pesar de tenernos confianza, a uno de los amigos se le ocurrió que por ser esta última actividad difícil de desarrollar, debido a que se abordaban temas delicados ya sea personales o de familia, se pudiesen manejar en forma privada y con el afán de poder hablar con claridad y sin inhibiciones, a alguien se le ocurrió llevar una botella de brandy, conteniendo menos de la mitad, y la puso a disposición del grupo para cuando quisiera darse valor de hablar sobre sus secretos lo hiciera sin inhibiciones; como era muy poca la cantidad y de pronto se apuntaron muchos para la sesiones terapéuticas, decidimos darle prioridad a los casos que realmente tenían mayor importancia. Durante el primer caso a tratar nuestro amigo tardó toda la sesión en tomarse una pequeña porción del brandy y realmente sentí que se encontraba relajado, pues habló con mucha soltura de lo que consideraba su problema; por mi parte me comprometí a no revelar lo escuchado, pero los demás miembros del grupo se le acercaron al “paciente” para preguntarle de qué se había tratado la plática y animado como estaba, éste les comentó lo que me había platicado. Así ocurrió con el segundo “paciente”, por lo que consideré que ya no tenía caso tratar estos asuntos en lo individual y surgieron entonces las “terapias de grupo”; cabe mencionar que el brandy, aunque con un control estricto para no caer en abusos, nunca faltó para que aquella relajación fuera pareja.
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