Déjenme contarles, que ayer a las 3:30 horas de la madrugada, pensando que ya era tiempo de levantarme abrí los ojos y en la penumbra escuché unos pasos y posteriormente me pareció ver que mi amada esposa se había levantado, le pregunté qué hora era, pero no me contestó, entonces traté de abrir más los ojos y pude distinguir a una figura delgada que vestía un manto blanco extraordinariamente luminoso con destellos celestes, e imaginé que se trataba de la luz del celular que suele utilizar como lámpara mi esposa cuando se dirige al baño, pero para mi sorpresa mi mano toco el brazo de ella y me percaté de que estaba profundamente dormida; tal vez aún estaba soñando, pero el evento me impidió conciliar por unos minutos el sueño, en ese lapso, me vino a la mente una situación preocupante sobre mis nietos, la palabra armonía se quedó en mi pensamiento y recordé que hace un par de días escribí en un artículo anterior, sobre la necesidad de que los seres humanos procuremos ser agentes generadores de armonía en el hogar, en el trabajo o en la calle, de esa manera, estaríamos contribuyendo a que el entorno sea más saludable y amigable con todos. Ser armoniosos, libera de nuestro ser energía positiva, indispensable para mantener nuestro equilibrio emocional.
En ocasiones, en el hogar, los padres nos olvidamos de que nuestros pequeños hijos poseen una extraordinaria sensibilidad para detectar problemas en el núcleo familiar, y más, cuando éstos se derivan de conflictos entre sus progenitores. No es necesario que ellos estén presentes durante las habituales discusiones que surgen por las diferencias al no estar de acuerdo en alguna situación, los niños tienen muy desarrollada su capacidad para leer la comunicación corporal de sus padres, de ahí que, cuando nuestros pequeñines empiecen a manifestar una alta susceptibilidad para enfermar, debemos estar alertas, no sólo debemos de pensar que esto se debe a un descenso en la eficiencia de su sistema inmunológico, sino a que éste, se encuentra seriamente deprimido por el hecho de que el niño está siendo afectado por un trastorno depresivo.
El niño que está experimentando un trastorno depresivo, muestra cambios en su estado de ánimo, de ser tranquilos se tornan irritables con facilidad, pierden interés por lo que antes les causaba placer, pueden presentar agitación, ansiedad, fatiga o pérdida de energía, pérdida del apetito y de peso, o aumento de apetito y aumento de peso; si los síntomas persisten por más de dos semanas, deberíamos pensar en la posibilidad de que nuestros pequeños pudieran estar deprimidos. La OMS estima que el 3% de la población infantil sufre de depresión.
Los abuelos, en ocasiones, llegamos a conocer mejor a nuestros nietos que sus padres, sobre todo, si están sometidos a las presiones del estrés cotidiano debido a los problemas económicos, que obligan a los padres a trabajar faenas dobles para sustentar el alto costo de la vida.
Prestemos atención a lo que nuestros hijos pequeños o adolescentes nos están tratando de decir con los repentinos cambios de su estado de ánimo, siempre es mejor prevenir que lamentar.

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