Caminando sobre la piedra azul de mis recuerdos, observando caer el sudor de mi frente, como un saludable acto de la autonomía de mi cuerpo por mantenerme fresco, cuando aquel candente sol del mediodía amenazaba por vencerme; mas, cuál fatiga, cuál desgano, sobraba la energía de mi ente humano, y la ilusión por llegar temprano a la casa grande de los abuelos que para mí era un santuario donde se veneraba a la familia. Y en aquel alegre recorrido, una larga fila de árboles de colores vivos parecían saludarme cuando el viento tibio movía sus ramas, que al rozar unas con otras, desprendían a mi paso, aquellos gratos olores a monte, a llano virgen, remontándome al origen del hombre primitivo que vivió en el pasado y los pájaros de mil colores, con su canto alegre y su armonía, acompañaban mi paso franco y decidido, por aquellas calles que simulaban grandes ríos de piedra azul, como el color azul del cielo que anuncia la próxima llegada de la lluvia, invitando a las nubes a soltar el agua para mitigar la sed de la tierra que clama ser bendecida.
Después de caminar lo que parecía mucho, pero no tanto para mis años mozos, mis pies no se quejan, por el contrario, tienen prisa por llegar, porque una vez incorporados a ese grandioso lugar, saben que desataré los cordones de mis zapatos, retiraré los candentes calcetines y pisaré descalzo el frío de aquel cemento frío y bien afinado, para que reconozca mi huella y me conceda permiso de estar ahí, en ese lugar de las mil pisadas de otros tantos años, para fundirse a las huellas de mis abuelos, de mi madre, de mis tíos, mis primos y mis hermanos de sangre.
Hace tiempo que los ríos de piedra azul quedaron sepultados por el asfalto, y el sol pareció enojarse por la imprudencia del hombre, tanto, que ni los arboles de colores vivos, ni los pájaros canores, ni el cielo con sus nubes, quieren dejar caer la lluvia, para bendecir la tierra de mis mayores.

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