Cuando joven, vivía sin tener la necesidad de contar las horas, por eso, no tomé al tiempo como la medida para limitar o expandir el daño o el beneficio de mis experiencias, más bien, consideré como medida, a la intensidad de mis sentimientos, mantuve por ello una actitud determinante, siempre buscando reducir el peso emocional de las malas experiencias, a través de estrategias como la de distraer a mi mente de los eventos nocivos de mayor impacto; pero he de reconocer, que por más que se quiere escapar de su influencia, aquello que no deseamos experimentar, siempre termina por lastimar al corazón; pensé que esto se debía a la falta de madurez, y tratando de madurar intelectualmente seguí caminando por la vida, procurando siempre dar lo mejor de mí, recibiendo por ello muchas de las veces, castigos inmerecidos, acompañados de reclamos hirientes, persecuciones generadas por las envidias, producto del egoísmo y del complejo de otros seres, posiblemente dañados por diversas circunstancias adversas que se dan en la vida.

Siempre me he preguntado qué tipo de persona soy, porque queriendo ser bueno y pensando inocentemente que lo soy, sin desearlo le he causado algún daño a mi prójimo, de esta cuestión emerge esta reflexión después de que un desconocido me preguntara quién era yo, quién era el ser, detrás de mi forma de presentación ante los demás, y sintiéndome tentado por reconocer mis esfuerzos, temiendo ser vanidoso y pecar de falta de humildad, platiqué mi historia, y de ella lo que pensé era más significativo para aquél que me preguntara quién era yo.

Cuando fui joven el tiempo no fue mi medida para limitar o expandir el daño o el beneficio de mis experiencias, hoy no sé si la madurez ha traído consigo el regalo de la sabiduría, porque si así fuera, creo que no le permitiría a las emociones negativas, que además de dañar la sensibilidad de mi corazón, pudiera dañar mi espíritu.

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