ENFOQUE

Lo observaba con mucha atención, cuando coincidíamos en la mesa del comedor, yo aún tallándome los párpados para despertar del todo, mientras que él se veía tan fresco, vestido a modo para sus tareas cotidianas, con su sombrero inseparable y disfrutando todo lo que comía; mi abuela le tenía al alcance una jarra conteniendo una infusión de corteza de níspero, cuando le pregunté a ella el motivo, me comentó que era buena para regular el azúcar en su sangre.
Mi abuelo Virgilio, muy callado como siempre mientras comía, me veía de reojo, yo tenía 6 años y me inspiraba respeto, y en ocasiones, un poco de miedo, porque al término de sus alimentos, me apuraba a terminar mi plato, para incorporarme a las faenas de la casa grande: barrer el frente de la casa y auxiliar a la tía Chonita en su tienda de abarrotes acomodando refrescos en las hieleras, sacudiendo los estantes, acomodando la mercancía, rellenando el cajón contenedor del maíz y organizando el almacén.
Después, apoyar a la abuela Isabel con los quehaceres propios, lavar los platos del desayuno, tender las camas, regar las plantas, barrer el gallinero y acomodar los nidos de las aves; y más tarde, regar los árboles frutales del solar.
Para ser sincero, nunca renegué de ello, por el contrario, me sentía tan satisfecho de ser útil y de formar parte de aquella gran familia tan trabajadora y admirada en el pueblo. Al final del cumplimiento de las tareas domésticas, mi primo Gilberto y yo nos reuníamos para hacer planes, algunos de esos fantásticos días, elaborábamos huacales para atrapar coloridas aves canoras, otras, para elaborar huaraches para calzarlos como se estilaba en ese momento o resorteras que eran obligadas en todo niño o joven de la comunidad.
Salir al campo para buscar en las faldas de la sierra plantas de chile piquín, nueces, flor de manzanilla y poleo; también buscábamos huesos de reses, todo lo que podía venderse a Chapo, un comerciante muy conocido en el pueblo.
Por la tarde nos reuníamos a jugar con los amigos al trompo, otras veces a las canicas, y si era temporada de calor nos esperaba una buena zambullida en las piletas que el abuelo Virgilio había mandado construir para regar su solar, era obligado a pedir permiso y el único requisito era tener al menos 2 horas de haber comido para poder nadar en aquella agua tan fría como si estuviéramos en el mismo nacimiento del manantial.
Después de nadar, el hambre nos llegaba como de costumbre a la hora de la merienda; la abuela Isabel ya nos esperaba con el café de olla sobre la mesa, y disparados salíamos a la tienda para pedirle a Chonita nos regalara galletas, ya sea de barra de coco, de animalitos, marías, jarochas o populares.
Después de llenar la barriga nos venía un sueño tan especial que nos obligaba por unos minutos a descansar en la oscuridad de aquellos cuartos que parecían siempre invitarnos a formar parte integral de sus paredes de sus techos o sus entradas y salidas sin puertas, porque la verdad no se requería privacidad en ninguna de las habitaciones, ni siquiera en la matrimonial, todo era tan natural, tan seguro, la casa contaba con un foco por cuarto, 6 en total, hasta que Chonita mandó poner unas barras de neón para que estuviera más iluminado el lugar.
Sombras para descansar y un olor tan especial en cada habitación, en la cocina, a café recién preparado y a leña consumiéndose en la chimenea; en los cuartos para descansar, a sábanas limpias y a madera de pino, olor que se desprendía del techo falso; de los roperos también salía un aroma muy peculiar, olía a los años idos, ocasionalmente olía a los años que se estaban viviendo y a los años nuevos que estaban por vivirse.
Que por qué volví a recordar lo que narro, bueno, es que hoy, mientras caminaba por el área verde de mi colonia, en un momento de nostalgia, al ver tantas hojas de los árboles tiradas en el trayecto, le dije a mi esposa apesadumbrado, cuánto tardarían esas hojas en madurar para que con su verdor nos dieran vida, cuánto marchitarse y verse desprendidas del tallo que las vio nacer, y cuánto en desaparecer del camino y ser olvidadas, pensando que todo eso es parte del destino.

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