Una vez me dijo un buen amigo, que el hecho de mirar directamente a los ojos a una persona establecía de manera inmediata una comunicación callada, pero muy sincera y que no se necesitaban palabras para preguntar cuál era el motivo, porque cualquier intensión sería fielmente reflejada, por ello, habría de evitarse guardar un interés diferente a una buena intensión, sobre todo, cuando esté encubierto por la mentira pudiese originar un daño físico o moral a la otra persona.

Yo he mirado a los ojos a muchas personas, y pareciera que mis ojos tuviesen conexión directa con los músculos de mi cara, de ahí que mi buena intensión antes de que llegue la luz de mi ojos a encontrase con la luz que emana de otros ojos, hace que de manera callada, pero muy sincera, broten de mi boca las palabras de la intensión que motiva tal acercamiento, de ahí que, no puedo mentir, porque cada una de mis miradas se acompaña de una emoción determinada y si no quisiera que esto se revelara de manera tan evidente, al cerrar los ojos, ya sea para no dar lugar a una mala interpretación, o para mostrar respeto, veo al viento, a la luz que emana del universo, a la cercanía de la oscuridad que no me permite dilucidar nada, o a la distancia infinita, hasta donde la mirada alcance a despedir el último rayo de luz, esto, para evitar causar cualquier daño o incomodidad.
El buen amigo me dijo: Yo miro con ternura al que pide con su mirada misericordia, doy una mirada cálida a quien tiene frío en el alma, devuelvo la calma al que teme enfrentarse a la vida, devuelvo la confianza al que ha perdido la fe en el prójimo, mi mirada perdona todas las faltas al que se arrepiente de mirar con mala fe y traduce en acciones incorrectas la ayuda del que espera sanar de sus heridas. Yo miro con amor y la luz que emana de mi mirada regresa la paz a los que viven agitados por el asecho del mal que clama venganza. Yo soy la luz del mundo e ilumino cualquier oscuridad, le regreso la vista al ciego, le muestro el camino al que está perdido y abrazo a los desvalidos y humillados. Levanto a los caídos, les regreso la voluntad extraviada que los mantiene paralizados por el miedo a amar y ser amados.

Mi amigo, mi hermano, mi maestro, mi Padre, mi Dios, sigue iluminando nuestros corazones para no perder la fe.
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