Soy felizmente miembro de una numerosa familia, lo que considero una bendición, pero, cuando me casé, el gobierno estaba ejerciendo a su máximo, una política de salud poblacional que más que invitar a las parejas a tener una familia pequeña, prácticamente se les obligaba, de ahí que mi deseo de tener una numerosa descendencia se concretó a tres hijos, pero con el paso del tiempo, me di cuenta que mi pequeña familia era en realidad una gran familia, pues hoy tengo, además, siete nietos, que al sumarlos a mis tres hijos dan el mismo número de hijos que engendraron mis padres.
La verdad mis nietos son como otros hijos y vivo experiencias similares a las que experimenté con mis hijos, y veo también que entre ellos, igualmente, se generan interacciones muy similares a las que se daban entre mis hermanos y yo.
En ocasiones, a la familia sumamos también a los yernos y a las nueras, se ha dado el caso en que alguno de ellos realmente se siente tan amado como los otros hijos, en otras ocasiones, estos familiares políticos deciden mantener una sana distancia con los suegros.
Yo nací siendo un romántico empedernido dispuesto a amar a todo el mundo, además, cómo no podría amarlos si gracias a ellos conocí a mis nietos.
Amo también a mis amigos, a los que creo tener aún y a los que ya se han ido, a éstos últimos cómo los extraño, de hecho, son también parte de mi familia; amo también a mis pacientes, me atrevería a decir que ellos también me aman porque me lo demuestran con su gran afecto.
¿Acaso todo ésto no es suficiente motivo para asegurar que soy feliz?
¿Acaso no estaría justificado el dolor de perder alguno de ellos?
También he aprendido a amar a los nuevos amigos a aquellos con los cuales no tengo contacto físico, solo virtual, he encontrado en ellos algo que nos hermana, va más allá del interés común por compartir experiencias, hay algo más importante que nos identifica y nos atrae, yo creo y yo siento que nuestro espíritu obedece a un sentimiento común: El amor por Jesucristo.
Me duele la ausencia de los amigos, a los que he perdido y ya no hay contacto físico, aunque continúen en el plano terrenal y a los que han sido llamados por Dios y nunca o casi nunca tuvimos la oportunidad de decirnos personalmente lo que hubiésemos querido.
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