Y entre sueños, mi voz interior me dijo: Ya sácate la espina. De momento no pude entender a qué se refería, por lo que meditando un par de minutos para hurgar en las anfractuosidades del área de mi menoría en el cerebro, sólo pude recordar, que ayer, cuando niño, y contaba con 6 años de edad, acostumbrado a imitar a mi primo Gil y los amigos de San Francisco, comunidad del Pueblo Mágico de Santiago NL., caminaba descalzo por las veredas del amado pueblo, y al pisar confiado, la planta de mis pies me reclamaron duramente cuando algunas ramas con espinas, como finos aguijones perforan la piel de sus plantas, situación que en ocasiones me hacía cojear, y en otras había la necesidad de ser llevado en vilo por mi primo Gilberto y otro amigo, hasta la tienda de abarrotes de la tía Chonita, quien al verme en tal indefensión, como si fuera un Cristo Crucificado, imaginaba lo peor; ella colocando sus 2 manos sobre su ondulante cabellera entrecana, salía apurada detrás del mostrador, para evaluar los daños y al verificar que no venía sangrando por ninguna parte de mi cuerpo, subiendo el tono de su voz y con palabras altisonantes se ponía a regañarnos a los tres, a mí por haberme quitado los zapatos, a Gilberto que era un poco mayor que yo, por no haberme advertido de los riesgos y al amigo de ambos por la omisión de las medidas preventivas para evitar el accidente; acto seguido, sentado en aquella perpetua silla de madera despintada por el tiempo y los sentados de tanto parroquiano que visitaba la tienda, procedía a sacar del armatoste de madera o cajonera destinada a almacenar productos farmacéuticos, primero sacó el agua oxigenada y una gasa esterilizada, y procurando no introducir aún más las puntiagudas espinas de güizache o huizache, dejaba caer un generoso chorro del agua oxigenada y empezaba a limpiar de inicio con cuidado, más, cuando recordaba la imprudencia cometida, con mayor energía de la debida sacándome tremendos gritos, una vez realizada la antisepsia, y habiendo vertido alcohol sobre una pequeña pinza para depilación, buscaba pinzar el extremo de las espinas, en la superficie de la piel lesionada, hasta lograr extraerla, y al final me puso mertiolate rojo y una gasa que fijaba con cinta tafetán; por último me daba a tomar una tableta de Mejoral; después me envió a la cama para convalecer. Antes de seguir sus indicaciones le pregunté: Chony, ¿acaso estudiaste enfermería? Y ella contestó: algo así, pues tu tío Oscar tenía un gallinero con algunos gallos finos y yo curaba sus heridas o trataba de aliviar sus dolencias cuando enfermaban. Un poco asombrado le dije: Chony, pero yo no soy un pollo. Claro que no, respondió ella, pero eres igual de terco que los gallos de pelea.
enfoque_sbc@hotmail.com