Y cada vez que viene a la consulta, nos damos un espacio para hablar del pasado, y al escuchar su amena narrativa, cierro los ojos y me parece verlo con aquella energía y fortaleza en cada una de las aventuras que vivió al lado de su familia, sus amigos y sus vecinos.
Más, a pesar de toda la confianza, que creo, me he ganado en tantos años de atenderlo, no me atrevo a preguntarle por cada uno de los pasos que dio en el tiempo para llegar a la vejez, y es que con ello me parece estar viendo las huellas de mi tiempo, algunas tan profundas como valles, otras tan superficiales que se borran con el viento.

A veces me pregunto cómo ha sido posible haber dejado ir a tantas personas amadas, lo hago como si hubiese estado en mí el poder para detener el deterioro voluntario prematuro, o el que impone el tiempo.

Me pregunto ¿qué hubiera sido de haber tenido más tiempo para convivir y disfrutar de su grata compañía? Lo digo con el ánimo de poder disfrutar cada segundo que nos regala la vida y tener la capacidad y la fortaleza de dejar atrás el inútil desperdicio del valioso tiempo, que muchas veces ocasionan las discusiones estériles, la toma de malas decisiones, incluso, la ambición de querer acumular supuestos éxitos o bienes materiales a los que les hemos sobrevalorado como indispensables para ser felices.

Nada mejor que disfrutar de una buena compañía, de asimilar los beneficios de una buena charla, de sentirse estimado, querido o amado y sentirlo, eso sí tiene un valor incalculable.

Dejémonos de poner obstáculos en el camino para ser felices, si en algo debemos esforzarnos es en fomentar buenas relaciones con todas las personas, si algo debemos apreciar es todas las cosas maravillosas que Dios ha puesto a nuestro alcance, para sentir que nuestro paso por la tierra, más que servirnos para madurar espiritualmente y estar preparados para la otra vida, es para agradecer al Creador por todo lo que nos ha obsequiado para ser felices.

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