Estando ya muy cerca el Día del niño, mis nietos menores me pidieron les contara un cuento y he aquí lo que mi imaginación construyó sobre la marcha.
CORAZON DE NIÑO
(Cuento corto)
El abuelo permanecía sentado en aquel mullido sillón de la sala, percatándose, de que en aquella habitación, ya no había muchas cosas nuevas por ver o disfrutar; dejaba entonces, que el tiempo pasara, como suele pasar cuando se sienten las amadas ausencias, sí, con resignación, porque las ilusiones, apenas eran fugaces ideas que escapaban por falta de sustento emocional, así como las escasas nubes que por su raleza casi transparente, enmarcadas en un enorme cielo azul, no logran dar forma a una figura con posibilidades de generar un juego de adivinanzas en los niños de cualquier edad. Tal vez, lo que le pasaba al abuelo, era precisamente eso, que había dejado escapar al niño que todos llevamos dentro; y entonces se preguntaba ¿Cómo un viejo puede pretender seguir consintiéndose como niño, cuando todos esperan lo contrario? Pero, es que llegar a viejo, no resultaba ser tan divertido, tal y como otros muchos abuelos anticipados platicaban; recuerda que le decían, que llegar a convertirse en abuelo, era como vivir un sueño, pues la llegada de los nietos, lograban retrasar las manecillas de reloj del tiempo transcurrido, y entonces, el viejo no se siente tan viejo, porque los nietos, en ocasiones, ven al abuelo como un niño grande, con poderes mágicos, que al menor deseo de los pequeños, lo mismo puede convertirse en un payaso, que en un caballo, en un avión, en un puente o también en un enorme árbol, o en un bondadoso rey; en fin, en todo ser o cosa que pase por la fantástica mente de los nietos.
El tiempo pasaba, y el abuelo de nuestro cuento seguía sentado en aquel mullido sillón de la sala, con la mirada perdida en la nada, escuchando en silencio su respiración, sintiendo el ritmo de las palpitaciones de su corazón entristecido, porque no sabía cuándo había dejado escapar al niño que todos llevamos dentro. De pronto, escuchó a lo lejos un retumbo de pasos desbocados, que se acercaban por el frente de la casa, un fuerte golpeteo en la puerta, lo acabó de sacar de su pasiva actitud adormilada, pesadamente se acomodó con corrección en el sillón de sus pesares, y con gesto adusto esperó la entrada de aquello que parecía una gran estampida de corceles; y nada, que sólo asomó  entre la puerta y el marco, la fina y delicada cara de un pequeño duende; el hombre, sin poder creerlo, se talló con el dorso de sus manos, sus cansados ojos, para aclarar la irreal imagen detectada, con la esperanza de que todo fuera un sueño, y al despertar se esfumara, pero nada, el pequeño duende que pícaramente lo miraba, dio un brinco y salió volando para caer precisamente sentado en sus fatigadas piernas, después le tomó la cara y comiéndoselo a besos le dijo: Abuelo, despierta soy tu nieto, y el abuelo contestó: Acaso este viejo rey, sentado apaciblemente en su trono labrado de madera ancestral, se convierta, a un deseo de príncipe tan cordial, en el compañero ideal del viaje, por el mundo mágico por forjar, en el que sólo los niños pequeños de tu edad y los niños que suelen regresar a los viejos, que se olvidan de que por amor, su niño siempre está dispuesto a disfrutar del milagro, del divino despertar a la felicidad.
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