Empezar de nuevo, me dijo. De qué estás hablando, le contesté. SÃ, de borrar tu pasado y hacer como si este fuera tu primer dÃa de vida. Era un verano del año 1974, Antonio me acompañaba aquella calurosa tarde, cuando meditaba en la azotea de la vieja casa de estudiantes que habitábamos, ayer, cuando yo estudiaba la carrera de Medicina, y Toño la de OdontologÃa en el campus Tampico-Madero de la UAT. Yo, como era mi costumbre, tenÃa la mirada perdida en la nada, y él, cómo era la suya, tratando de sacarme de mi nostalgia acostumbrada, me animaba a sonreÃr más, a disfrutar la vida, pero habÃa en mà tanta pesadumbre por tantos anhelos incumplidos, que preferÃa soñar  buscando fórmulas para deshacerme de aquel peso imaginario; pero Antonio era persistente y como me llevaba 10 años de edad, yo lo respetaba como si fuera mi tutor, pero como él decÃa: Tú y yo somos más que amigos, somos hermanos, pero como soy mayor, te toca  obedecerme, asà es que, vete a cambiar de ropa porque nos vamos al cine a ver Drácula. ¿Drácula? ¿Tú crees que una pelÃcula de terror me vaya a sacar de este marasmo moral? Mira, me contestó,  si no te saca de esta inmovilidad emocional, te aseguro que dejarás de tomar café por las noches para ponerte a estudiar, pues estarás muy pendiente de que el maestro Christopher Lee, quien interpreta al vampiro más famoso, no te visite, o de perdis se asome por una de las ventanas. Mira amigo, ¿no crees que ya estamos grandecitos como para creer en esos cuentos de vampiros? le contesté. Recuerda que te llevo 10 años de edad, me dijo, y en ese tiempo he tenido muchas experiencias extraordinarias.
Antonio me convenció, sobre todo, porque se comprometió a invitarme a cenar, aunque yo sabÃa que como todos los que vivÃamos en la casa de estudiantes y más por ser foráneos, no tenÃamos mucho efectivo. Esperaba ya en la calle a Antonio, renegando por su tardanza, cuando fue llegando con un saco sport muy holgado y su maletÃn de inspector fiscal, inmediatamente le reclamé, ahora por pensar que seguramente irÃa a visitar a algunas personas por lo de su trabajo, pero él me calmo diciendo: Es mi disfraz de mago. No le entendÃ, pero apuramos el paso para llegar al cine. Una vez sentados en la parte central de auditorio, apagada la luz e iniciada la pelÃcula, Toño abrió el portafolios y sacó del mismo, un paquete de pan bimbo y por el fuerte olor que despedÃa, adiviné que eran sándwiches de huevo con chorizo, después de las bolsas interiores del saco dos refrescos y un destapador, esperó a que pasaran una escena obscura y ruidosa para destapar los refrescos y sacar los sándwiches de la bolsa y para pronto me pasó dos de ellos y un refresco; el fuerte olor a chorizo se empezó a esparcir por la sala y poco a poco las personas sentadas cerca de nosotros empezaron a retirarse, al grado que nos quedamos aislados; yo le regresé uno de los lonches y el envase vacÃo del refresco; Toño dejó el envase en el suelo y por estar en declive, éste empezó a rodar haciendo un extraño ruido, percibÃa las miradas del resto del público y antes de que terminara la pelÃcula, los dos salimos muy despistados, no sin antes que Antonio le dijera al portero: Mire señor, no me tache de delicado pero alguien en la sala está comiendo algún alimento con chorizo, tal y como si estuviera en la sala de su casa, y la verdad es muy desagradable, por eso nos retiramos, ojala supervisaran mejor y no dejaran entrar con alimentos a las personas.
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