En los primeros diez años de mi vida, reconocí a mi hermano mayor como mi mejor amigo, aunque él no opinaba lo mismo, porque generalmente me veía como un estorbo, ya que nuestro carácter era  muy diferente, mientras él era sumamente audaz, yo era extremadamente cauteloso; he de reconocer, que por tratar de anticiparme siempre a los efectos de los riesgos que enfrentábamos, Antonio terminó por ponerme en el primer lugar de su lista de personas indeseables, mas, yo no me di nunca por enterado, así es que, cuando él no deseaba que yo fuera a algún lugar, después de sermonearme duramente, yo pedía la mediación de nuestra madre para que ella abogara por mí y con cierta presión lograba que me tomara en cuenta en sus planes.

Siempre fui tan insistente, que un buen día, Toño se percató que nunca podría deshacerse de mi presencia, así es que  me propuso una alianza a su conveniencia; por ejemplo: si salíamos de cacería, yo tenía que ocupar el último lugar de le expedición, al principio pensé que lo hacía para protegerme si por casualidad se tenía que librar algún peligro real, por lo que me sentía muy orgulloso de que velara por mi seguridad, másdespués lo escuché hablando con uno de sus amigos de nombre José, quien le pedía que me levantara el castigo y me dejara ir con ellos al frente, pero mi hermano argumentaba que yo tenía la mala costumbre de hacer ruido cuando aparecía una posible presa; la verdad, no me hacía a la idea de que pudieran sacrificar a algún animal y cuando veía que lo tenía en la mira, yo fingía un ataque de tos, logrando con ello espantar al animal; por cierto, años más tarde, cuando cursaba el último año de secundaria, mi hermano y yo solíamos visitar a nuestro padre el Químico Salomón Beltrán García,en su laboratorio particular, y éste, después de terminar su trabajo, por lo general a las seis y media de la tarde, nos invitaba a ir de cacería al rancho “El Porvenir propiedad de mi abuelo Felipe; pero, debido a mis antecedentes de aguafiestas, mi hermano trataba de disuadirlo para que no me llevara, mas, nuestro progenitor decidido a que cambiara mi forma de ser, me incluyó en los planes, y llegando al rancho, nos dio una larga explicación de lo que haríamos y nos entregó a cada uno un rifle calibre 22,  y nos invitó a colocarnos uno a cada lado del frente del vehículo, mientras él lo conducía en marcha lenta y alumbraba   el camino con un potente candil, y al cruzar frente a nosotros algún conejo o liebre, Toño no lo pensaba dos veces y disparaba logrando la mayoría de las veces dar en el blanco, mas, yo fingía tener muy mala puntería, lo que desesperó a nuestro padre, quien detuvo la marcha del vehículo, le pidió a mi hermano que se hiciera cargo del volante, mientras me daba instrucciones precisas de cómo utilizar la mirilla del arma para afinar mi puntería, y tomando él, el otro rifle, se colocó en el otro extremo del cofre del auto, y a los pocos metros, salió al paso un conejo y me dijo: ahí lo tienes apúntale bien,  simulé hacerle caso, pero fallé el tiro y me pidió apuntar de nuevo  y disparar, así lo hice repetidamente, pero deliberadamente nunca acerté, molestándose, pero dándome aún  el beneficio de la duda, pensando que el rifle tenía mal la mira, y procedió a utilizarlo una vez ajustada  la mira; para entonces, el pobre conejo estaba ya muy encandilado, y en lugar de retirarse se acercaba más a la luz del candil, mi padre quiso aprovechar el momento para demostrarme  el procedimiento correcto que utiliza el buen cazador y disparó en repetidas veces, pero nunca acertó, y ya estando el animal a escaso dos metros  y mi padre muy molesto maldiciendo al rifle, decidió bajarse del auto y a casi un metro del animal, trató de dispararle, pero ya no tenía  parque, a mí me dio mucha risa, lo que encendió aún más su ira y  como si fuera futbolista emprendió a tirarle patadas, fallando todas estas  y el animal tranquilamente pasó a nuestro lado sin mayor miedo. Sobra decir que esa fue la última vez que mi padre me llevó de cacería.

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