Un dÃa, siendo niño, me levanté con muchas ganas de disfrutar la vida, me animaba el hecho de que habÃa tenido sueños maravillosos, y me prometà que disfrutarÃa cada segundo, y que no dejarÃa que ninguna circunstancia inconveniente me arrebatara la oportunidad de llevar a cabo mis deseos. Después de lavar mi cara con el agua fresca de la mañana, me dirigà a la cocina, me detuve en la puerta de la misma, para admirar a mi hermosa y jovial madre preparando el desayuno, corrà hacia ella y me abracé a su cintura, ella volteó de inmediato, me miró amorosamente y me regaló la mejor de sus sonrisas, después tocó suavemente los cabellos de mi cabeza con sus delgados dedos y sentà cómo sus firmes uñas recorrÃan con suavidad cada centÃmetro de mi cuero cabelludo, yo cerré los ojos y disfruté enormemente la caricia; pasado un par de minutos me dijo que la ayudara a poner la mesa y que después fuera por mis hermanos para desayunar, algunos todavÃa se encontraban dormidos, por lo que procedà a despertarlos con sumo cuidado para no causar su desagrado; los ayudé a ponerse de pie y a vestirse, una vez que se lavaron su cara y sus manos, los llevé a la mesa y los fui acomodando en los lugares de acuerdo a su edad. Mi madre sirvió los platos y al final sirvió el suyo, pero ninguno de nosotros nos precipitamos a desayunar, ella ocupó una de las cabeceras y la otra permaneció vacÃa, pero nadie se atrevió a ocuparla. Cuando nuestra madre nos invitó a tomar los alimentos, le pedà permiso para contarle mis sueños, pues querÃa contagiar mi felicidad a mis hermanos, ella me dio la autorización, y dejando a un lado el tenedor inicié la narración; soñé, les dije, que éramos una familia muy afortunada, porque tenÃamos a la mamá más hermosa del mundo, la más trabajadora, la más amorosa; les comenté que en mi sueño uno de nosotros se habÃa perdido en un espeso bosque y que ella desesperada querÃa ir en su búsqueda, pero no deseaba que nos quedáramos solos, entonces me ofrecà a cuidarlos y ella confiando en mà me dejó al cuidado de ellos, después de unas horas mi madre regresó sonriente con el niño extraviado, entonces le ofreció la silla vacÃa de la cabecera, nadie replicó, callados aceptamos su voluntad, pero al ver mi seriedad en la mesa me preguntó: ¿Por qué tan callado? ¿Acaso no te agradó que le haya cedido la cabecera a tu hermano? Calladamente le contesté: Tú sabes que esa silla pertenece a nuestro padre, si la encuentra ocupada quizá se moleste y se vaya de nuevo. Mi madre me respondió: Tú mejor que nadie sabes cuánto lo hemos buscado. Asà como tu hermano se extravió por buscarlo, debemos estar contentos porque lo hemos encontrado; tal vez un buen dÃa, tu padre encuentre el camino de regreso, mientras tanto, todos lo estaremos esperando, pero hoy ese lugar lo ocupará tu hermano.
Un buen dÃa me desperté llorando de alegrÃa, en mis sueños vi que aquella silla vacÃa de la cabecera de aquella mesa, siempre servida, habÃa sido ocupada por el espÃritu de mi padre.
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