Frío, frío, amaneció hoy en San Pancho, Santiago NL; algo tenemos que hacer para no estar entumidos, le comenté a mi primo Gilberto aquel invierno de 1960. ¡Una parcela!, dijo Gil. Pidámosle permiso al abuelo Virgilio, pues tendremos que preparar la tierra en el fondo del solar, le dije a Gilberto. Mejor vamos a darle una sorpresa y ya cuando estén los brotes, le mostraremos el lugar,insistió Gil, y propuso trigo o cebada; y yo le respondí cebolla o ajo, quedamos de acuerdo que sembraríamos ajo, así es que fuimos a la tienda deChonita y le compartimos con ella nuestra idea; Chonita  se acomodó sus lentes y miró de reojo aVicente, un parroquiano que era muy asiduo a la tienda; Vicente comentó que era mejor que nos pusiéramos a sembrar, así dejaríamos de treparnos a los árboles, pues día atrás nos sorprendió en las copas de un níspero cuando pasaba por la calle, frente a  una propiedad de Ramiro Marroquín, ahí,donde les rentaba a unos gringos que se habituaron muy bien a la comunidad y donde Johny, el hijo de esas personas, jugaba con mi hermana Claudia y otras amigas; de hecho el gringo decía en broma que Johny se casaría con Claudia.

Chonita nos obsequió un par de cabezas de ajo, después de quitarle al bulbo cada diente, los colocamos en unas bolsas de plástico y las rociamos con agua, acto seguido, recogimos el azadón y el talache del abuelo y nos dirigimos al fondo del solar, seleccionamos una buena superficie, la deshierbamos, y después preparamos la tierra haciendo varias hileras de surcos, después sembramos los dientes de ajo y regamos con cuidado; hicimos una barrera con ramas para tratar de que las gallinas de la abuela Isabel no escarbaran en nuestro sembradío y todos los días regábamos la parcela. Cuando por fin brotaron las plantitas, nos felicitamos por aquel logro y fuimos por el abuelo, quien quedó muy satisfecho, tanto, que nos dijo: Mañana se van conmigo a Canoas, para que me ayuden a deshierbar; Gilberto y yo nos quedamos paralizados por la sorpresa, y no era por sacarle al trabajo, pero al día siguiente habíamos quedado de ir a poner nuestros huacales al Ojo de Agua para tratar de atrapar un cenzontle, que le queríamosregalar a la abuela, pues una vecina de nombre Cecilia, siempre le presumía el hermoso canto de esta ave.

Cuando llegó el tiempo de la cosecha de los ajos, la abuela nos ayudó a hacer un par de trenzas con los ajos y después se las llevamos a Chonita a la tienda, haciendo un trato con ella del 50% de las ganancias para ella y para nosotros.

La abuela Isabel nos platicó que el ajo tenía propiedades repelentes de insectos, también que era bueno para evitar infecciones por bacterias, de hecho, cuando nos picaban las avispas, molía un ajo y lo frotaba en el sitio de las picaduras para que no se inflamara e infectara.

Todas estas experiencias se las platico a mis nietos, uno de ellos, Emiliano, entusiasmado sembró unas semillas de sandía en una pequeña franja de tierra de su casa y grande fue su sorpresa, tanto como grande fue la sandía que creció, y cuando la cortó y me la trajo a enseñar me dijo: Qué te parece abuelo, tengo buena mano o no, y eso que nunca regué la planta. Le contesté: Imagínate si tuvieras fe y sembraras un pequeño grano de mostaza. ¿De mostaza? dijo Emiliano. Algún día lo entenderás.