El hombre llegó a la consulta tres meses después de estar trabajando en la sierra, me saludó con el mismo gusto de siempre y yo le devolví el saludo en los mismos términos, en aquellos en los que habla el corazón; después me dijo:
Lo prometido es deuda, y sacó de una bolsa una piedra.
Era la segunda ocasión en la que me hacía un regalo tan auténtico, y en esta misma columna lo narré en alguna ocasión.
El hombre puso la piedra sobre el escritorio y verdaderamente emocionado me dijo: _Me cuesta trabajo separarme de ella, pero yo sé cumplir mi palabra y le aseguré que se la traería; vamos médico, ponga su mano sobre ella y sienta lo que yo siento cada vez que lo hago; y coloqué mi mano sobre la piedra, y mis dedos se acomodaron a las muescas de lo que parecía ser una huella o molde de otra mano, de una mano muy especial por ser única: L a huella de la mano de Dios, como él piensa que es y con una fe inquebrantable lo afirma. Mientras yo tenía la mano sobre la piedra me preguntaba: ¿Qué es lo que ve este hombre que yo no alcanzo a ver? ¿Qué es lo que siente cunado pone la mano sobre esa aparente huella?
Ha pasado tanto tiempo en aparente soledad, soportando el frío, caminando entre pinos, pequeños arbustos y un suelo tapizado de piedras milagrosas, observando durante la noche el cielo más claro, el que se deja ver a la luz que reflejan las estrellas, hasta me parece estarlo viendo recostado sobre la hierba con los brazos entrecruzados tras la nuca, buscando entre la claridad y lo infinitamente cercano y lejano del universo, al ser que imprimiera su huella en aquella piedra perdida en un lugar insospechado pero no olvidado, porque ese hombre había sido llamado por Dios para estar ahí y para mostrarle que no se requiere ir muy lejos para encontrarlo, que no es necesario la abundancia de recursos o sofisticados objetos para buscarlo; Él estaba ahí, precisamente compartiendo la humildad y la fe de aquel solitario personaje, aislado de la civilización y de la familia, tal vez preguntándose ¿Qué hago aquí? y ¿Por qué no me he ido? La misma pregunta me hacía yo ¿Por qué este hombre aparentemente tan necesitado, me busca y me entrega su tesoro? Aún tenía mi mano sobre la roca, cuando el enviado insistentemente me preguntaba si lograba sentir la divina presencia del Creador de todas las cosas, y viéndolo a los ojos le dije: _Sí, hermano, igual lo siento, como tú lo has sentido otras tantas veces, y si alguien se atreviera a dudar de ti, como ahora podrían estar dudando de mí, no importa la locura que podrían adjudicarnos, porque el Señor es tan grande, todopoderoso que se vale de los humildes para hacer notar su presencia.
Y el hombre sin dejar de sonreír, mostrando una alegría tan sincera, se sintió feliz, como feliz me quedé yo con aquella piedra.
Ahora les puedo asegurar, que Dios existe, y que todos aquellos que han partido y han tenido fe en el Hijo del Hombre, no han muerto del todo.
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