Qué bien se está aquí, recibiendo tanta energía positiva, a pesar de que el ambiente está lleno de lamentos, de tristezas y de frustraciones. Palabras más, palabras menos, me decía aquel recién llegado a una de nuestras reuniones del grupo de ayuda mutua del que formo parte y coordino en el área médica. Efectivamente le dije, muchos no pueden creer que el estar incorporados a este tipo de organismos, hermana a las personas y las hace más solidarias, y aunque no puedan resolver los conflictos existenciales que originaron esa sensación primaria de malestar, que fungió como cimiento de la estructura que hoy se identifica como enfermedad crónica, siempre pueden ayudar, y ayudarse a sí mismos, para encontrar entre lo que parece irreversible, un motivo para rescatar su autoestima y pintar de colores lo que parecía sólo ser negro o gris.   Me pregunto, si yo sentí también esa sensación de bienestar que emanaba a todo momento en aquel intercambio de ideas, de confesiones y de propuestas, para mejorar cada vez más la calidad de vida; sin titubear le contesté que sí, que no sólo la siento, sino que también la disfruto al recargar mi espíritu de las buenas vibras que emanan de cada sonrisa, de cada muestra de gratitud y de cada entrega de positivismo que se comparte. Podría decir, que en aquellos hermosos encuentros de seres humanos, han ocurrido verdaderos milagros y que tal vez la ciencia podría explicar, pero, que a pesar de ello, y a pesar de las cuantiosas inversiones en salud que por años se han invertido por los gobiernos, y de las ingeniosas estrategias o múltiples acciones que se contemplan en tantos programas sustantivos y emergentes, ninguna de ellas, ha logrado restablecer, lo que al ser humano le fue arrebatado desde el origen de la causalidad de las enfermedades. En esas humildes reuniones, la mayoría de ellas efectuadas al aire libre, bajo la sombra de los árboles, teniendo como marco luminoso la gran bóveda celeste, se ha logrado que vean los que pensaban que estaban ciegos, que escuchen los que decían que eran sordos, que caminen los que se decían inválidos, y lo mejor de todo, que se abracen y se amen aquellos que no reconocían a sus hermanos. Todo ocurre en un momento en el que la esperanza puesta en los fármacos para restablecer su salud, es cada vez  más lejana, no sólo porque existan menos recursos y menos confianza en el interés benevolente de los gobiernos y prestadores de servicios, en los momentos que ven aproximarse el punto de quiebre de los sistemas que otrora arropaban la mayor parte de las necesidades ciudadanas.

Quizá, todo regrese como era en un principio, antes de que la desmedida ambición de las personas sin escrúpulos, rompiera con la estabilidad de las fuerzas morales que le daban sustento a la sociedad.

Qué bien se está aquí, me dijo, y yo aproveché para respirar profundamente, y sentirme libre, sentirme vivo y dispuesto a recibir todo lo bueno que hay en las personas y que aún permanece escondido por la desconfianza.

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