Aquellos días de intenso calor, siendo el viernes, mi padre llegaba al hogar  con la frente perlada de sudor, después de salir de su trabajo; él prendía el aire acondicionado del cuarto matrimonial,  se sentaba sobre el borde de la cama, me pedía le quitara los zapatos, se ponía ropa cómoda, y una vez que su cuerpo se aclimataba, me pedía que tomara una jarra de barro y acudiera a la esquina de la colonia donde se encontraba un restaurante, esto, para comprarle un litro de cerveza obscura bien fría, me llamaba la atención, que en el local referido, la cerveza que mi padre acostumbraba tomar los viernes, también se encontraba en un recipiente en forma de barril, que estaba cubierto de barro, era este de tamaño mediano, y tenía un sistema de enfriamiento novedoso en la época, pues se podía observar una extensión de alambre conectada a la corriente eléctrica. Pues bien, una vez que llegaba con aquella jarra llena de cerveza, y acostumbrado como estaba a servir con gusto al jefe de la casa, procedía a sacar del congelador un tarro de vidrio, el cuál llenaba  con la bebida espirituosa proveniente de la jarra, siempre procurando  que el chorro cayera de una altura determinada, para que pudiera hacer suficiente espuma, después abría una lata de conocida marca de botana que contenía una selección de semillas que incluía cacahuates, semilla de calabaza, nuez  de la india y corazón de nuez cáscara de papel; acomodaba todo en una bandeja y con mucho cuidado se la llevaba a su habitación; en ese entonces tenía 11 años de edad, y para mí, atender a mi padre de la mejor manera, me daba una gran satisfacción; mi madre por su parte estaba calentando los diversos platos de comida que le preparaba a mi padre y de antemano sabía que le agradaban sobremanera: recuerdo que para empezar le ponía dos tortillas de harina tostadas y un guacamole; después venía un sopa por un lado veía un palto de arroz  y en otro plato coditos o espagueti, y  no podía faltar un corte de carne al gusto del señor. Habiendo comido se disponía a descansar por una hora y después se vestía y me preguntaba la hora yo le contestaba: Son las seis, todavía hay luz del día, entonces él contestaba: Estas listo. Yo respondía siempre estoy listo. Entonces dile a tu madre que te vas a ir conmigo al Corral de Piedra; este era una especie de rancho situado en un área muy despoblada, sin electricidad, si agua, con una cabaña rustica; donde previamente se había puesto de acuerdo con algunos de sus amigos para reunirse y platicar los acontecimientos de su día a día. Y como decía, como no había agua, uno de sus amigos me preguntaba si tenía sed y al afirmarlo, secaba de una hielera una cerveza y me decía: Una cerveza no te hará mal, tómala despacio, porque no quiero que te vayas a marear, pues pasaremos un buen rato aquí y tú tendrás que cuidar de tu padre para que no se vaya a dormir al volante.

El sabor amargo de la cerveza no lograba quitarme el dulce sabor que dejaba a mi alma el estar junto a mi padre. Tener un padre es una gran bendición, no importa cuantas virtudes o defectos tenga, el amor de un hijo resulta incondicional cuando se es niño.

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