Si algo llegué a apreciar cuando joven, fue la primera foto que me regalara mi novia, en el momento que la recibí lo convertí en el tesoro más preciado de mi vida terrenal y más cuando me la dedicó con las más bellas palabras que jamás me habían dicho.
Guardaba con tal celo el retrato de mi primera y única novia que jamás se lo mostré a nadie, lo puse en la cartera que llevaba conmigo, y de esa manera la podía contemplar cuantas veces quería; siempre buscaba un lugar aislado para disfrutar mi tesoro; por las noches, ya acostado en la cama depositaba la foto debajo de la almohada.
Nunca separé de mí el retrato, pero un día, mi madre me pidió que la llevara a visitar a mis abuelos a San Francisco, Santiago N.L., ella había comprado una combi para que hubiera cupo para toda la familia y siendo yo el segundo de sus hijos de mayor edad me confiaba el manejo del vehículo.
Aquel día salimos por la madrugada, mis hermanos se quedaron dormidos después de un hora de camino y yo platicaba con mi madre sobre lo que haríamos al llegar, de pronto, uno de mis hermanos más pequeños solicitó que detuviéramos la marcha para bajar a orinar, mi madre dio la orden y detuve el vehículo, sólo bajamos dos personas, aún no amanecía, y mientras esperaba a mi hermano me dispuse a revisar la presión de las llantas, al agacharme no me percaté de que mi cartera salió de la bolsa de la camisa, así es que ya cuando estuvimos de nuevo sobre la cinta asfáltica y al paso de 45 minutos amaneció y al no sentir el peso de la cartera, le comenté a mi madre que la había extraviado, ella se mortificó y me preguntó cuánto dinero traía en la cartera, yo le respondí que traía un tesoro, y ella insistió que le dijera cuánto dinero había perdido y le contesté que lo que más me dolía era perder la fotografía de María Elena.
Sabiendo mi madre lo que significaba para mí la pérdida, me pidió que regresara, le dije que ya había amanecido y seguramente alguien la había encontrado, pero ella insistió, de hecho no recordábamos exactamente el sitio donde nos habíamos estacionado así es que después de una hora, un sitio se nos hizo familiar y nos detuvimos, con tal suerte que encontré intacta la cartera.
Pasaron los años y cuando estudiaba el primer año de medicina, acostumbraba dejar la foto en el libro que estudiaba para el tema de las clases, como nuestra casa de estudiantes era visitada por otros compañeros, algunos solían meterse a las habitaciones a curiosear, de tal manera que de nuevo mi gran tesoro se extravió, me encontraba muy triste y no le quise avisar a María Elena, pues temía que me considerara un descuidado por dejar la foto al alcance de otras personas.
Pasó una semana y uno de mis amigos de nombre Jesús, que posteriormente se convirtió en mi cuñado, acudió a una fiesta de otro grupo de victorenses, radicados en Tampico, y cuál fue la sorpresa que encontró la foto de su hermana en una de las habitaciones, sin decir nada la recogió y posteriormente me la entregó.
En ambas ocasiones le di gracias a Dios por guiarnos hasta donde se encontraba la foto, pues el gran Señor sabía lo mucho que significaba para mí aquel tesoro.
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