Un buen día, ayer cuando el cielo era gris para mi nieto Emiliano, lo encontré sentado sobre el borde que delimita una jardinera de su hogar; por estar mi alma muy ligada a la suya, ésta, advirtió la presencia de la tristeza ensombreciendo su alma, y su pesar fue mío también, por lo que me senté a su lado y lo abracé. Mi segundo hermoso nieto, tratando de disimular una sonrisa, me saludó con la mirada, y me preguntó: ¿Pasa algo abuelo? Yo le contesté: Dímelo tú, porque esa mirada perdida en la nada dice mucho, pero de forma callada. No lo sé abuelo, creo que el hecho de que el cielo se vea gris me pone triste, respondió Emiliano. Sí, le contesté mirando el firmamento, más que triste, te pone nostálgico. ¿Nostálgico? ¿Que no es lo mismo? ¿Me lo puedes explicar? Entonces recordé un artículo que escribí el 31 de mayo del año 2016, lo busqué en la memoria del celular y al encontrarlo le pregunté si estaba dispuesto a escucharlo. Mi nieto asintió con la cabeza, y empecé el relato.
NOSTALGIA CON SABOR A VIDA
Estar vivo y vivir la vida con pleno agrado, es un privilegio, pero a muchas personas se les ha olvidado que están vivos, y viven sólo por vivir; y en ese penoso acto de pensar que todo en la vida debe de causar pesar, ni viven, ni dejan a otros vivir, y entonces, el don más preciado que nos ha obsequiado Dios, resulta ser para unos, sólo una desafortunada consecuencia del juego apasionado de dos seres extraviados, atraídos por el natural instinto, que evidencia el rechazo a nuestro primer encuentro, con la verdadera sabiduría; porque no todo el conocimiento adquirido nos vuelve sabios; lo comento, porque siempre afirmamos que el mucho experimentar, nos deja siempre una enseñanza, misma que con el tiempo, la verdad, no nos ayuda para apreciar la buena vida; porque al hombre se le facilita asimilar más las cosas negativas, que aquellas que nos pueden demostrar que Dios nunca se equivoca.
Eso de allegarse la dulzura sin razón, se nos da a todos con tanta facilidad, porque si probamos el dulce, que despierta y estimula, de probadita en probadita, acabamos por terminar, hasta endulzar de tal forma nuestra vida, que al final, sólo sentimos el sabor que deja la amargura.
Mi nostalgia tiene sabor a vida, porque me veo de niño, disfrutando cada paso; sí, del verdor natural de mis espacios; sí, del olor de las flores encendidas; sí, del sabor de los frutos tan variados; sí, de las aves coloridas y su canto; sí, del agua de los mares y los ríos; sí, del aire, del calor o del frío; sí, del amor que emana de los padres y de los hermanos; sí, de los amigos y los juegos compartidos; sí, del encuentro espontáneo de dos jóvenes, saludablemente enamorados; sí, de la grata compañía de compañeros, que se volvieron hermanos; sí, de los días en familia, de la mesa servida, de la comunión del pan y el vino; sí, del encuentro con la fe, que te lleva de la mano, con la fuente de agua viva, donde emana la verdad y la vida.
Al término de la lectura, Emiliano preguntó: ¿Abuelo, me permites hacerte una observación? Desde luego, le conteste gustoso. ¿Por qué dices sí en cada, situación que fue o es de tu agrado? Por qué de esa manera, doy fe de cada una de las cosas maravillosas que Dios ha puesto en mi camino, para ver más allá de lo gris del cielo, cuando se aproxima una tormenta, porque así fuese ésta, un factor amenazante, siempre tendré la certeza de que detrás de lo que se piensa, que no tiene un lúcido color, está el más maravilloso resplandor de quien nos regaló la vida.
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