Aquel día me dijiste, que por qué ya no te escribía cartas y yo te respondí, que porque después de la que parecía la última en escribir, el punto no sería el final, sino el principio de un sueño hecho realidad; más para cumplir tu deseo y de ello dejar constancia, reescribiré la última carta, aquella, en la que pasé de un te quiero, a un te amaré para siempre:
Ayer, me vi recostado sobre la cama de mi yo universitario, aspiraba entonces a ser un profesionista primero, pero siendo un soñador enamorado, al pensar sólo en ti, parecía estar cautivo de un efectivo embrujo de amor contraído al conocerte y saber al instante que serías para mí; porque has de saber, que yo nací para amarte, que me enamoré desde aquel primer momento, porque antes, antes estaba perdido, pensando en que sólo necesitaba ser yo mismo, para salir adelante, por eso, de amores distintos al de la madre mía, jamás otros conocí. Perdido, decían mis amigos, cuando me veían vagar sin rumbo en aquel tiempo, ¿perdido yo? No lo sé, les contestaba, pero sí portador de esa sensación de estar vacío en la vida, que no se alejaba de mí, arrastrándome por un inmenso mar de desventuras e incertidumbre.
Ayer, en mi juventud, enamorado me vi, abrazando la almohada, cualquiera que contemplara esa patética escena, diría: pobre de él, está a merced de ese mal que conduce a la locura; más yo, completo como estaba de mis agudos sentidos, les respondía que ese tipo de locura tenía curación; de tal suerte, que soñarte y verte en mis sueños delirantes, aliviaba temporalmente la cuestión, por eso, con justa razón, el pensar en la distancia que nos separaba y en tu ausencia, durante la vigilia tormentosa, aumentaba la ansiedad y perdía la paciencia, prefería entonces soñar, porque mi espíritu, siendo libre de todo mal, podría llegar a ti sin ningún impedimento personal, y al verte reposar sobre tu cama, al oído dulcemente decir: Mira la luna mujer, y en ese brillo que no lastima, encuentra en lo hermoso de su figura, los ojos de quien te añora, y que aquí y ahora, te hace la promesa, de que muy pronto no estaremos más distantes el uno del otro, y eso será nuestra mayor fortuna.
Amarte así, estimuló en mí, el deseo de acortar lo más pronto esa distancia y hoy que estamos juntos sé, que para aquél que nunca pierde la esperanza, siempre se cumplirá el deseo más sincero, solicitado con fervor al Creador de la fuente del amor eterno.
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