En una ocasión, mi abuelo materno de nombre Virgilio, nos estaba dando una lección para que nos mantuviéramos firmes en la toma de decisiones, todo surgió, debido a que a mi primo Gilberto y a mí se nos olvidó realizar una tarea que nos había encomendado, y acostumbrados precisamente a la firmeza del carácter del abuelo, ambos estábamos frente a él, con la cabeza inclinada como señal de sumisión y arrepentimiento, aunque yo de reojo vigilaba sus manos, pues como por arte de magia, podía sacar una correa para aplicar el correctivo según la falta; pero en esa ocasión, sólo nos estaba aconsejando, recuerdo que nos dijo: Cuando no vayan a cumplir una orden, siempre es mejor decir la verdad que simular que cumplirán, porque eso no habla bien de ustedes, de su formalidad y mucho menos del respeto que le tienen a sus mayores. Su discurso me pareció muy centrado y correcto, por lo que entré en confianza y le dije: Abuelo, me parece muy justo que nos pidas eso, créeme que nos somos flojos, mucho menos indisciplinados, sólo que  cuando jugamos perdemos la noción del tiempo; pero entonces ¿se vale decir que no cuando en verdad no tengamos deseo de cumplir alguna orden de nuestros mayores? Porque entiendo que para ti es mejor la franqueza y hablar con la verdad, que simular que te obedecemos y cumplimos. Al escucharme decir eso, mi abuelo hizo una breve pausa y luego respondió: Efectivamente, yo aprecio más el valor de la sinceridad que el engaño, pero no perdono la indisciplina. Pero abuelo, ya te dije que no es indisciplina, solamente son lapsos de olvido debido al juego, pero será como tú digas. Al día siguiente nos levantó muy temprano y nos puso a realizar una serie de tareas domésticas, cuando terminamos, nos fuimos al salón donde guardaban los granos de maíz, los cuales se encontraban sobre el piso simulando una gran loma; Gilberto y yo pensamos los mismo  y a un tiempo nos tiramos sobre el maíz, el cuál se sentía fresco, y después de un rato nos pusimos a hacer planes para nuestro tiempo de descanso, pero no contamos con que el abuelo llegaría y nos encontró sobre el tendido de maíz y dijo: ¿Jugando otra vez?  Rápidamente le contesté que no. Se nos quedó viendo y repuso, en qué quedamos. Le contesté: En que siempre diríamos la verdad. Entonces por qué dicen que no están jugando sobre el maíz. Porque no lo estamos haciendo, solamente estamos haciendo planes para ver de qué manera nos puede rendir más el tiempo. Y por lo que veo, replicó el abuelo, esos planes son efectivos, pues les ha quedado tiempo para realizar otras tareas, ¿o me equivoco? No abuelo, no te equivocas, ¿qué hay que hacer? Pues quiero que se vayan a merendar. Pero abuelo… Nada de peros,  esbozando una sonrisa de oreja a oreja repitió: ¡A merendar! ¿o no quieren merendar? Gilberto y yo nos lanzamos una mirada de incertidumbre, pues media hora antes la abuela a escondida nos había dado de merendar, pensando que el abuelo nos castigaría por desobedecer; como no queríamos  poner en evidencia a la abuela, le dije: Fíjate abuelo que se nos quitó el hambre, mejor nos esperaremos a cenar, total que tanto falta. De ninguna manera, ¡a merendar! ¿o me van a desobedecer? La verdad no abuelo, nos agrada mucho esa orden; así que ese día repetimos la ración de galletas de animalitos y una buena taza de café de olla, temerosos de que la abuela  se le fuera a salir que ya habíamos merendado, pero las abuelas son especiales, Chabelita tomó en su mano unas cuantas galletas, se metió una a la boca y le dio un trago a su café, no antes guiñarnos el ojo en señal de complicidad.

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