La mañana de aquel aleccionador día, era especialmente tranquila, el clima inmejorable, y la compañía muy amada; pasábamos frente a una tienda de autoservicio, cuando mi nieto mayor me hizo la siguiente pregunta: Abuelo, ¿no crees que este estupendo centro comercial se vería mejor si no estuvieran en este sitio tantos vendedores ambulantes? Antes de que le pudiera contestar, su abuela María Elena lo hizo, haciéndole a nuestro nieto otra pregunta: ¿Por qué crees que estos vendedores ambulantes se encuentran aquí? Sebastián contesto rápidamente: Porque ellos sienten que es un buen punto para hacer ventas, ya que a este prestigiado comercio acuden cientos de compradores; pero  mi pregunta está relacionada, además de que le restan atractivo visual, al hecho, de que están infringiendo la ley, pues se establecen en propiedad privada, y tengo entendido, que las autoridades ya les pidieron que se establezcan en otro sitio, y terminan por regresar nuevamente al mismo, sin obedecer la ley. María Elena siguió debatiendo el punto con nuestro nieto, aludiendo razones como la necesidad de las personas a obtener y asegurar el sustento familiar, precisamente, en un sitio de oportunidad, por la abundante concurrencia de compradores; además, de que su comercio, no le significaba competencia a una de las cientos de sucursales de ese establecimiento.

Mi nieto insistía en el hecho de que se estaba violando la ley y argumentaba que nadie debería estar por encima de la misma, y que los vendedores informales deberían de respetar los mandamientos legales. Al ver que yo guardaba silencio, me volvió a hacer la misma pregunta y le dije: Sebastián, tienes razón al decir que la ley debe de respetarse y aplicarse por igual, sin contemplar las diferencias socioeconómicas de las personas u otros factores que se estiman causantes de las desigualdades entre las personas, más cabría preguntarnos ¿dónde queda la misericordia en este caso? creo, igual que tu abuela, que este comercio informal no es competencia para esta gran empresa, cuyo capital y ganancias, no mermaron con motivo de la pandemia, pues son consideradas dentro de los servicios necesarios y han permanecido abiertas todo el tiempo; imagínate lo que está ocurriendo a estos pequeños comerciantes, que si acaso tienen un buen día, vendiendo nopales, chochas, y otros productos, sacarán  el sustento familiar. Lo sé abuelo, pero habrá otra forma de ayudar a estas personas, sin que se viole la ley. Ya no quise entrar en más detalles con mi nieto, pues supuse que sus argumentos habían sido reforzados en otra instancia.

Hace un par días, llegué al centro comercial que motivara aquel debate y al bajar del auto, salió a mi encuentro un vendedor de chicles, que por cierto, ya nos tiene contemplados como clientes, y antes de adquirir el producto me dijo: Mire nada más, allá viene el que nada más pide; dirigí la mirada en la dirección que señaló, y vi un adulto mayor que estiraba su brazo derecho  y con su palma viendo al firmamento les pedía ayuda a otros visitantes de la tienda; entonces, al acercase a mí, sin más, dividí el dinero entre los dos y se retiraron sin decir nada, entonces, me pareció escuchar una voz que decía: ¿Por qué hiciste eso? el hombre que vende los chicles dio a entender que el que sólo pide, no quiere batallar en vender productos, sólo extiende la mano para que le den sin el menor esfuerzo. Y a esa voz contesté: bastante esfuerzo ha de ser el extender la mano para pedir, sin tener nada que dar a cambio; en ello aplica lo que dice Jesús: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallareis: llamad y se os abrirá. ¿Hay por ventura alguna entre vosotros que, pidiéndole pan un hijo suyo, le dé una piedra? ¿O que si le pide un pez le da una culebra? Pues si vosotros siendo malos, o de mala ralea, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las pidan? Y así  haced vosotros con los demás  hombres todo lo que deseáis que hagan ellos con vosotros; porque esta es la suma de la ley y de los profetas. (Mt 7:7-12)

enfoque_sbc@hotmail.com