Ser miembro de una familia de diez, tiene sus ventajas y sus desventajas, por ejemplo, dentro de las primeras, estimo mucho el hecho del fomento de la solidaridad, porque mi madre hacía milagros para estirar el presupuesto para el gasto, y nunca hubo queja de parte de nosotros, siempre estábamos dispuestos a adaptarnos a un programa que ella denominaba “la dieta especial de la semana” esto era, porque siempre habría un alimento que aparecía en todos los platillos, de tal manera, que cuando tocaba comer frijoles, lo especial se traducía en que éstos podrían ser servidos, en tacos, sopes, tostadas o en solitario, mismos, que eran degustados por igual en el desayuno y la cena; en la comida, mi madre hacía rendir medio kilo de carme mixta molida combinándolo con papas, cebolla y tomate, o hacía, un caldillo exquisito, o albóndigas, que cualquier restaurant de categoría las hubiera querido tener en su menú; lo acompañaba con una sopa de fideos o arroz, y suficientes tortillas de maíz.

Recuerdo que el día más esperado por todos era el domingo, porque se comía pollo, por cierto, el rostizado era mi preferido, así es que, por lo general yo condicionaba a nuestra progenitora para que lo preparara de esa forma, y no sé cómo le hacía ella para que todos quedáramos conformes y además satisfechos, con una sola pieza del ave, a la que acompañaba con verduras y al final un postre que variaba entre flan, gelatina, arroz con leche, o nieve.

Otras de las ventajas era, que gracias a esa dieta, ninguno de nosotros padeció obesidad en la infancia y nuestra dentadura se mantuvo completa, en algunos casos, entre los 20 y 30 años de edad, a excepción de cuando por algún pleito de vecindad perdíamos una pieza en forma involuntaria, o por no estar muy arraigado entre los profesionistas de la odontología la prioridad de preservar las piezas dentales.

Dentro de las desventajas, era que se tenía que hacer cola para que nos compraran ropa, aunque nunca nos faltó, gracias al esfuerzo de nuestra madre, los uniformes escolares, pues pedía crédito en las sucursales de tiendas de ropa que los confeccionaban y en una zapatería donde distribuían los zapatos Coloso que eran los más aguantadores. El portar diariamente el uniforme escolar, nos quitaba la tentación de estar estrenando ropa, y si queríamos presumir ropa nueva y diferente, habría que esperar al cumpleaños o la Navidad.

Difícilmente podíamos pasarnos la ropa de los mayores a los más pequeños, porque cuando la dejábamos de usar era para siempre, tal vez si hubiéramos vivido los tiempos en que la ropa desteñida o deshilachada era la moda hubiéramos sido los vanguardistas.

Ser miembro de una familia de diez hermanos ha sido, después de darnos la vida, y con ella, como madre a una mujer de excepción, uno de regalos más grandes que Dios nos ha obsequiado, ahora la descendencia de la familia Beltrán Caballero es tan numerosa que por sí sola podría formar el comité de campaña de cualquier causa justa que privilegie los valores de la familia.

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