Cuando mi nieto mayor tenía trece años, de ser un devoto participante de la celebración de la eucaristía dominical, empezó a buscar pretextos para dejar de asistir al templo; al principio, lo teníamos que convencer para que no lo hiciera, pero llegó el momento, en que abandonó esta valiosa oportunidad de estar reunidos en familia, en torno a la mesa de la palabra y el pan de vida; el hecho nos preocupó sobremanera, porque sabíamos que él necesitaba tanto como nosotros, alimentarse con las enseñanzas de del Evangelio de Jesús; pero estábamos convencidos de que necesitaba darse un tiempo para reflexionar sobre una razón vital para entender su propósito de vida; pedimos entonces la intervención del Espíritu Santo, para que aclarara todas sus dudas, entonces, un buen día me llamó por teléfono y me dijo: Abuelo me está pasando algo raro, me aqueja una preocupación inexplicable en lo que concierne a mi alejamiento del templo, yo sé que Dios está en todas partes y si ha de querer decirme algo, pues, me lo dirá aquí mismo, pero tal vez él desea que regrese al templo, ¿no sé qué hacer? ¿Crees que sea necesario hablar con un sacerdote? Le contesté afirmativamente, y buscamos que se entrevistara con el párroco de nuestro templo, y así fue como pudo expresarle su preocupación, después el sacerdote habló con nosotros y nos pidió que no lo presionáramos, nos dijo que Dios tenía su manera de llamar a las ovejas extraviadas; seguimos su consejo y empezamos a notar un cambio importante en la conducta de Sebastián, no sin antes de enfrentarse a una serie de tormentas personales, muchas de las cuales, amenazaban con romper la armonía de la familia, él se autoimpuso una especie de aislamiento para saber qué era lo que le estaba pasando, y qué era lo que deseaba realmente hacer, para salir de aquellas dudas; y después de un tiempo, dejó su desierto, para ir poco a poco acercándose a cada miembro de la familia, y cuando lo hizo conmigo, lo sentí muy receptivo, me pidió que hablara de aquello que parecía no tener sentido en su vida y juntos encontramos el camino. Hoy veo con gran satisfacción que la madurez empieza a llegar a su conciencia, y su espíritu empieza a despertar a una realidad que por un tiempo se negaba a aceptar: Dios existe, está siempre con nosotros y nunca nos abandona. Se percató de que ese Dios al que dicen que nadie puede ver, se le puede encontrar en otras personas, porque habita en el corazón de cada uno de nosotros y sólo basta llamarle para que vaya a nuestro encuentro y nos tienda la mano para salvarnos, incluso de nosotros mismos. Sebastián, ha ido encontrando por el camino al perdón, a la misericordia, pero sobre todo al amor, que pensaba se le había negado cuando más lo necesitaba.
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