Y los nietos fueron creciendo, y con ello, fueron cambiando sus preferencias y sus intereses, me pregunté entonces una y otra vez, si yo había logrado mantenerme dentro de todos sus afectos y estaba dentro de esas preferencias, porque incluso, los afectos parecían tener ahora un valor diferente, al menos para ellos, y una mayor capacidad de comprensión para los abuelos, porque con esos cambios necesarios para los nietos, vendrían también cambios para nosotros, pero lo que nunca podríamos resignarnos a perder, es el amor por los nietos.

Hay en la vida personas como yo, que una vez que nos convertimos en abuelos, sufrimos una metamorfosis inmediata, pasamos de ser muy activos y de respuestas rápidas, a ser más lentos y reflexivos; pareciera, incluso, que nuestra naturaleza, de estar bien definida como un ser humano, empezara a parecerse a la de un gran árbol, y pareciera que de pronto, de nuestros pies emergieran gruesas raíces para mantenernos bien afianzados a la madre tierra, pues durante la citada transición, muchas cosas suceden, tanto en nuestro interior, como en nuestro exterior.

Desde el primer momento en que escuchamos la palabra abuelo, sentimos la necesidad de hacer crecer más nuestra conciencia, que nuestra fuerza física, pues a quienes tenemos que impresionar ahora, requieren de un ejemplo que destile sabiduría, pues llegará el momento que no podremos sostenerlos en los brazos.

Mis nietos mayores han crecido en estatura, tanto, que ahora yo pareciera estar disminuyendo la mía, pero yo quisiera que su crecimiento fuera parejo, que su intelecto madurara lo suficiente, para que no tropezarán con la misma piedra que tropezamos sus abuelos y su padres, pero por más que les hable al oído, ellos parecieran no escucharme, pues tienen toda su atención puesta en el presente, y tal vez a mí ya me consideran parte del pasado.
Mis nietas del medio a quienes amo igual que a los mayores, se han mantenido en una burbuja, siento que nos aman, pero pareciera que fuéramos para ellas una página de un libro de cuentos, nos recordarán como recuerdan una historia ya vivida, más yo espero que recuperemos el tiempo, para darnos la oportunidad de vivir este maravilloso encuentro como yo lo hice en su momentos con mis abuelos.

Mis nietos más pequeños, sembraron la semilla de amor en mi corazón cuando las ramas más altas de este árbol empezaban a marchitarse, pero no contábamos con los inconvenientes de lo inesperado, que quiere cortar nuestros lazos para que mis brazos no los puedan abrazar.

Hoy me siento como un gran árbol, cuyas raíces subterráneas han tejido otro tipo de lazos, los lazos indisolubles que solamente te puede dar la espiritualidad que nos conduce a todos al mismo lugar de donde salimos.

Soy un gran árbol, mi sombra es generosa y abundante, no habrá viento que me arranque, pues el Señor, mi Dios, me tiene sembrado en el paraíso, donde los nietos podrán crecer y reposar en armonía con el universo.
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