Dicen que todos los días se aprende algo nuevo, aunque a decir verdad, hay aprendizajes tan viejos, que de pronto se nos olvidan y resurgen en determinado tiempo como si fueran una novedad, y cuando te percatas de su presencia, empiezas a poner en duda, si realmente todo lo que parece una novedad es sólo una copia de lo anterior, por lo que de llegar a intrigarte, obliga a poner en claro el suceso. A mí me ha pasado en algunas ocasiones, sobre todo, en sucesos relacionados con la conducta humana, y en fechas que tomamos como indicadores para promover cambios en nuestra forma de ser, tratando de mejorar en aquello que es detonante de malestares físicos o psicológicos, que de no desactivar, pasarán de ser temporales a padecimientos crónicos.

Aprovechando la llegada de un nuevo año y sintiéndome un poco más competente o con mayor experiencia para dar consejos, le propuse a mi familia trabajar en aquello que ha sido motivo de insatisfacción, frustraciones, mortificaciones y demás aspectos, que año tras año nos hacen llegar con tal desánimo y falta de energía al 31 de diciembre,  que pareciera que lo hiciéramos arrastrando; desde luego que a todos les pareció una buena idea, pero, la mayoría me advertía que el primer obstáculo para lograr un cambio significativo, no estaba al alcance de sus posibilidades, pues dependía de factores ajenos a su voluntad, tales como el carácter de las personas con las que interactuaban o de factores como el económico o laboral. Sabía que encontraría resistencia, así es que insistí en poner en práctica mi proyecto, aludiendo una serie de beneficios de incalculable valor para la salud física y mental, logré, al menos, que me dieran la oportunidad de entrevistarlos por separado, y en un momento en que se sintieran liberados de las presiones de sus rutinas; y así fue como pude entrevistarlos, encontrando que la mayoría se sentía víctima de una situación injusta, pero necesitaban que cambiara primero la otra parte que generaba lo que daban en llamar una relación conflictiva o tóxica, incluso, la mayoría propuso posibles soluciones de aparente factibilidad, ya que sólo requería de poner en práctica voluntad y renuncia de parte de los sujetos que condicionan un ambiente poco favorable para la armonía. En un momento dado me pregunté, si todos se sentían víctimas y además se concebían como personas con una buena actitud, cuál sería el motivo por el que no habían logrado un cambio real para mejorar; y llegué a la conclusión que había un factor determinante para no lograrlo, y eso era la comunicación, algo en ella estaba fallando, pues sí existen los lazos de empatía, pero al parecer, faltaban otros factores como el estar en sintonía, o en la misma frecuencia y darse tiempo para utilizar el estado de conciencia plena, para establecer puentes que favorezcan una mejor respuesta a las necesidades de las otras personas.

Me siento optimista de poder ayudar a restablecer el clima de armonía que requiere mi familia, para enfrentar los retos de la nueva modalidad, optimista porque hay un elemento fundamental que es la piedra angular para reconstruir los puentes que se requieren: el amor.

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