Un buen día, al estar frente a un grupo de aspirantes a estudiar la carrera de medicina, me preguntaban cómo saber si realmente se tenía vocación para ser médicos, les contesté, que sólo podía hablares de cómo recibí yo el llamado para seguir por el camino que me condujo a servir a mi prójimo; los muchachos esperaban que definiera las características que deben de tener aquellos que buscan estudiar la carrera, pues la vida les había enseñado hasta ese momento, que siguiendo los pasos descritos en un manual de procedimientos, podrían acercarse al éxito de un propósito profesional sumamente reconocido y respetado por la sociedad, y con suficiencia en el reglón de  percepciones para vivir con holgura y sin apremios en la vida. Uno de los muchachos me preguntó: ¿qué quiere decir con el llamado, qué acaso usted no tenía vocación de médico? La verdad, antes del llamado no creo haber tenido muy claro el concepto de vocación médica, todo ocurrió cuando un desafortunado día murió el padre de mi mejor amigo, entonces estudiaba yo la preparatoria. Recuerdo que mi amigo lloraba ante el féretro y yo trataba de consolarlo, cuando cansado de llorar él se retiró a descansar un poco en un sillón, yo lo acompañé, entonces, desesperado me tomó fuertemente de los brazos y me dijo: Prométeme que serás médico y encontrarás la cura contra el cáncer. Con aquella inesperada petición quedé petrificado, no le pude dar una respuesta; más adelante, durante unas vacaciones, uno de mis abuelos que padecía diabetes, presentó una complicación en uno de sus pies y le amputaron algunos de sus dedos, mi madre lloraba y yo tratando de consolarla le dije: No te preocupes mamá, mi abuelo estará bien, yo estudiaré medicina y me vendré a consultar a este pueblo y velaré por su salud. Más adelante me decidí estudiar medicina, pensando que realmente podría ser útil en esa profesión, pero antes de iniciar la carrera me enfermé de Fiebre Tifoidea, en ese tiempo había pocos antibióticos, así es que me pasé más de un mes en cama y perdí mucho peso, por lo que perdí la oportunidad de estudiar ese año y me puse a trabajar en otra cosa, pero en el siguiente año, mi madre me recordó que tenía pendiente algunas promesas, entre ellas, las de estudiar medicina; ella consiguió que me aceptaran en la universidad pues las clases ya habían iniciado; mi vocación se fue dando poco a poco, conforme me enfrentaba a una realidad insospechada de causas que deterioran nuestro estado de salud, en un momento pensé que sólo afectaban lo físico y lo mental del ser humano, y pasaron muchos años en darme cuenta, que estábamos
descuidando también la salud espiritual, componente que hasta en el tiempo actual, no es considerada importante por muchos prestigiados médicos en el mundo. La vocación muchachos, emana del espíritu solidario del ser, aquél
que no siente como suyo el dolor de los demás, aquél que no ama a su prójimo como a sí mismo, no encontrará los verdaderos motivos para ser médico. Uno de los jóvenes me preguntó: ¿Entonces quién le hizo el llamado? El mismo que me tiene hoy frente a ustedes, tratando de explicarles aquello, que siendo una verdad, se deja pasar de largo cuando se transita por el camino que conocemos como vida.

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