Un día amanecí sintiendo mucha tristeza, pero ese sentimiento no impidió que realizara mi oración primaria, en ella agradezco a Dios la oportunidad de abrir los ojos cada mañana. Él me regala el día y lo que ocurra durante el mismo, es de mi entera responsabilidad, pero en caso de necesitar ayuda, no dudo en recurrir de nuevo a la oración para pedirla. Pues bien, una vez que me desperté totalmente, me puse a meditar sobre el motivo de mi congoja y recordé, que había tenido un mal sueño, en él me vi en una asamblea familiar; cada uno de nosotros pasaba al estrado y tenía la oportunidad de compartir su estado anímico y los motivos que condicionaron a sentirse feliz o infeliz. Uno por uno fue desfilando, de acuerdo al turno que se había acordado por todos los miembro de la familia; primero fueron los abuelos, después los padres, los hermanos, los esposos, siguieron los hijos y por último los nietos;  curiosamente, nadie tuvo dificultad para situarse en la identidad que más le agradaba, pero yo experimenté una tremenda duda, pues no podía negar mi situación personal como abuelo, como padre, como hermano, como esposo, como hijo y como nieto, lo que seguramente complicaría mi disertación, pues corría el riesgo de hablar mucho, y con ello, aburrir a los presentes, de ahí que tomé la decisión de quedarme hasta el último, lo que no pasó desapercibido para la asamblea; a los abuelos les pareció bien, los padres aceptaron la propuesta, los hermanos reclamaron el mismo derecho, los esposos, les dio igual, los hijos y los nietos no pusieron atención por estar discutiendo entre sí o estar jugando, y al omitir su opinión, se tomó como un estar de acuerdo. Los abuelos dieron un testimonio de gratitud por haber sido parte y testigos de una prolífica descendencia; los padres, manifestaron sentirse un poco avergonzados por no haber dedicado suficiente tiempo al cuidado de los hijos, pero se justificaron, por el hecho de que esto se debió a que se pugnó por el bienestar económico, de donde derivaban acciones con la salud, la educación, la nutrición, el vestido, un techo para vivir; los hermanos, reclamaron a los abuelos y los padres el hecho de que el amor no fuera equitativo, de que siempre privilegiaron a un consentido o dos, y eso creó resentimiento, revanchismos, exagerada competencia, acentuación del egoísmo y envidia; los esposos se recriminaron mutuamente, hablaron de la falta de solidaridad, falta de equidad en las responsabilidades propias del hogar, bloqueos para el desempeño a plenitud de los roles, falta de comunicación, egoísmo, desamor, celos, infidelidad; los hijos se quejaron de falta de comprensión de sus padres a lo que consideraban sus necesidades individuales, se quejaron de falta de comunicación interpersonal, de abandono y de obligarlos a depender de la tecnología virtual, de violación a su derechos, violencia familiar; los nietos querían que los padres se comportaran como los abuelos, que los consintieran más, que jugaran con ellos, en sí que les dedicaran más tiempo de calidad. Como han de imaginar, el citado sueño fue tormentoso, y debido al tiempo que transcurrió para desahogar tantos conflictos, preferí  posponer mi participación y decidí despertar de esa terrible pesadilla.

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