“Habéis oído que fué dicho: Amaras a tu prójimo y han añadido malamente, tendrás odio a tu enemigo. Yo os digo más: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian: para que seáis hijos imitadores de vuestro Padre Celestial, el cual hacer nacer su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos y pecadores. Que si no amáis sino a los que os aman, ¿Qué premio habéis de tener? ¿No lo hacen así aun los publicanos? (Mt 5:43-46)

¿Cuántas lecciones más habremos de aprender durante esta pandemia? Yo he recibido muchas de ellas y he sido testigo de innumerables lecciones que por no agradarnos las dejamos ir acogiéndonos a nuestra ceguera y sordera espiritual. Muchas veces preferirnos seguir ubicados en nuestra actitud egoísta y cerramos los ojos a una realidad que día a día pone en evidencia nuestra fragilidad y exhibe nuestros defectos. En mi caso, la pandemia no ha dejado de sacudirme desde el primer día, me ha sacudido profesionalmente, física, mentalmente, y no se diga espiritualmente, y pon ello le he preguntado a Dios si mi proceder ante sus divinos ojos es el correcto, porque he pecado de prudente, y en ocasiones he sentido que lo más importante, que he estado perdiendo es mi amor por mi prójimo, porque en la desesperación por que todo se haga como pienso y es más conviene para mi persona , mi familia y mi comunidad, sólo me he limitado en hacer exhortos a la cordura, al autocuidado extremo, y al verme frustrado al comprobar el poco poder que poseen mis palabras, mis consejos, me dejo influenciar por la desesperación, y pareciera que abandono la barca en la cual navegamos todos: los más necesitados; los que habiendo tenido posibilidades de obtener una buena educación actúan con mayor inconciencia que los analfabetas; los que podemos ayudar de diversas maneras, pero preferimos seguir remando cuando el barco empieza a naufragar.

Me da la impresión que muchos de nosotros estamos escondidos, llenos de temor, así como lo hicieron los Apóstoles de Jesús, cuando sufrió la muerte de cruz, preguntándonos y ¿ahora que vamos a hacer sin el Maestro? ¿Vendrán ahora por nosotros, iremos a correr su misma suerte? mejor quedémonos quietos, callados.

La pandemia me ha dado muchas lecciones, y aunque algunas han sido dolorosas, me han ayudado a ver con más claridad mis defectos, me han permitido valorar cada vez más lo que realmente cuenta en la vida, por ejemplo: He llegado a apreciar sobremanera el privilegio de tener una maravillosa madre, que a pesar de su discapacidad para moverse y hablar, aún sigue consciente de las necesidades de sus hijos y ahora nos habla con sus ojos, nos besa con las manos, y nos regala una sonrisa para saber que ella está bien y quiere vernos felices. También puedo dar testimonio de la gran mujer con la que estoy casado, que como madre y abuela no ha dejado ningún momento de apoyar a sus hijos, a sus nietos, a todo aquel que le pide ayuda, y ha sido sumamente tolerante conmigo cuando detecta mi desesperación, cuando me bloqueo, como esposo, como padre y como abuelo, sobre todo como profesional de la medicina, pues siento que he abandonado a mis pacientes.

La pandemia no sólo puede arrebatarnos la vida, nos puede arrebatar nuestra oportunidad de ser semejantes a nuestro Padre Dios.

“Sed, pues, vosotros, perfectos, así como vuestro Padre Celestial es perfecto, imitándole en cuanto podáis.” (Mt 5:48).

Estimados hermanos en Cristo, necesitamos movernos en la dirección correcta, en ningún momento he dudado que unidos podemos controlar este evento epidemiológico, que por qué lo digo con tanta seguridad, por nuestro mejor aliado es Jesucristo, quien no nos pide hagamos sacrificios, solamente nos pide que seamos misericordiosos con nuestro prójimos, ayudando al que menos tiene, educando para la salud y medidas preventivas, apoyando al personal de salud en activo, evitando que nuestros familiares y amigos contraigan el virus.

Dios hace salir el sol para buenos y malos, y llover sobre justo y pecadores, su bendición y su amor llegarán por igual a cada uno de los hogares del mundo, porque no creó al mundo para que prevaleciera el caos, sino para que se diera gloria a su nombre y nosotros sus hijos en la tierra creados a su imagen y semejanza cumpliremos con nuestra parte.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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