Abuelo, me dijo Sebastián, el mayor de mis nietos: ¿Qué le pasa al hombre cuando se enamora? Me le quedé mirando lleno de melancolía, porque enamorarse es una cosa, y amar es otra. Le contesté:

-La verdad, no sé lo que le pasa al hombre cuando se enamora, porque cuando yo me enamoré tenía tu edad, te contaré entonces, qué le pasa a un adolescente enamorado, cuando encuentra la luz divina que ilumina la oscuridad de su pasado, la luz que proviene de los ojos más hermosos, de los cuales por su influjo, se concibe el embrujo del cual es imposible no caer enamorado.

No pude evitar dejar salir un notorio suspiro, cohibiendo con ello un poco a  Sebastián, que pensando que era un tema delicado, como todo un caballero se trató de disculpar, diciendo:

-Entiendo que es esta una conversación cuya intimidad debo respetar, pero en ocasiones, me he encontrado ante el dilema de saber si ya he estado enamorado.

-El estar enamorado puede conducirnos a la generación de una intimidad, que debe privilegiar la secrecía de ciertos encuentros, eso es lo que distingue a un caballero de un rufián, pero una vez que llega a tu vida el verdadero amor, nada que emerja de tan poderosa fuerza, podrás ocultar.

-Abuelo he leído tu primer libro de poemas y me he percatado que la mayor parte de su contenido, está dedicado al amor de tus amores, pero me pregunto si ya se te ha ido acabando la inspiración, o quizá, el amor por tu musa, porque desconozco si existen más libros de tu autoría.

– ¿Más libros? Tal vez existen muchas páginas, esperando convertirse en libros, que están aguardando la ocasión para ver la luz del día, en cuanto a la musa, no tengas duda, sigue siendo la misma.

_Te reto a que en estos momentos le dediques unas líneas llenas de romanticismo a mi abuela, eso bastaría para comprobar si lo que me has dicho es verdad.

-Está bien, a ti no te puedo negar nada, y menos, no puedo dejar de enseñarte que el amor existe, y no es nada parecido con lo que vives. Voy a ubicarme en un lugar donde hace muchos años me iba a meditar, ayer, cuando por tener que forjarme una carrera universitaria, lejos del hogar, me había alejado del amor de mis amores; la voy a titular:

AYER Y COMO

Ayer, en los momentos de soledad que compartía con mis ojos, mis oídos y el acompasado latido de mi entristecido corazón, te buscaba con afán en mi pensamiento, y al sólo encontrar recuerdos hermosos, cerraba mis ojos para sentir que estabas conmigo.

Ayer, cuando el día era tan largo y las noches más todavía, abrazándome a un árbol, trataba de robar su sabiduría, para tener su paciencia, y soportar la agonía de aquellos días, de los meses, en los cuales más me entristecía.

Ayer, cuando lloraba desconsolado porque tú no estabas a mi lado, mil veces me repetía el por qué, habiendo sido tan afortunado al besarte aquel primer  día, tenía que dejarte, no siendo mi voluntad, ni la tuya, pero sí de la osadía de habernos enamorado tan jóvenes, pensando que el amor nos había madurado.

Cómo no pensar en ti, si vives en mí; cómo no soñarte, si le faltan horas al día para contemplarte; cómo no sentirte, si desde el primer día en que la piel de mi mano tocó la tuya, me fundí a tu ser, aceptándome para siempre como parte suya.

Cómo no desear estar contigo, si te has convertido en el aire que respiro, en los pasos que doy por el camino más sufrido, en busca de la dulce armonía de tu voz , cuando acercándote a mi oído me dice: quiero ser tuya.

Ayer, como hoy, ha quedado demostrado, que lo que me diste y te doy, es la eternidad de sentirse por siempre enamorado, haciendo del amor el mejor regalo que Dios nos obsequiara a los dos y que ha perdurado por 45 años.

-¿Y para qué lloras abuelo?

– No estoy llorando, no ves que a falta de tinta, tomo las lágrimas con mi dedo para escribir en el suelo, lo que te acabo de contar. Eso mi querido Sebastián es amor y seguir enamorado.

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