Los viernes por la tarde de hace 30 años, recibía sin falta una llamada telefónica de mi compadre Antonio, y hoy me sorprendió que escapara de mi subconsciente ese grato recuerdo; el mensaje solía ser el mismo: “Salgo a las 8:00 pm., pasa por mí, compramos aquello y recogemos a Don Aristeo” y así lo hacía, sin faltar a la cita de la tertulia de los viernes. Difícil de olvidar la alegría reflejada en la cara de mi suegro al vernos llegar por él, igualmente, nos alentaba para esperar lo mejor de la noche.
Una vez ambientado nuestro espacio con música suave, acompañábamos nuestra conversación con alguna bebida espirituosa y bocadillos, todos teníamos anécdotas de trabajo que contar, después, pasábamos a cuestiones familiares o a jugar dominó, al término del mismo, llegaba el momento poético, y para cerrar con broche de oro, le dábamos gusto a Don Aristeo entonando los boleros de su gusto.
Al dar las 12.00 pm., como si se tratara del cuento de la Cenicienta, aquel bonachón hombre que nos doblaba en edad, se paraba de su silla, sacaba el pañuelo, secaba el sudor de su frente y se despedía cordialmente, ello significaba también el término de nuestra actividad bohemia y me disponía a llevar a mis amigos a sus domicilios.
Sabiendo que a esa hora se corrían algunos riesgos, siempre le pedía a Toño me acompañara primero a dejar a mi suegro; afortunadamente nuestra amada ciudad, era, en ese tiempo, amable y tranquila, por lo que el riesgo no implicaba tener encuentros desagradables con delincuentes organizados, si acaso, nos podíamos topar con algún rondín de seguridad; el riesgo real, era que al llegar al domicilio de Don Aris, saliera su distinguida esposa Doña Tulitas, que con justa razón nos reprendía por tener la osadía de irnos de parranda con su amado; mas, teníamos siempre con nosotros la buena voluntad de llevarle serenata para ablandar su ira, siendo la llave que abría el corazón de tan bella dama, la canción “Morenita mía” del compositor neolonés Armando Villarreal Lozano, después nos invitaba a pasar a su sala y nos obsequiaba un café bien cargado, con la intensión de espantarnos el sueño y al salir de su domicilio nos daba su bendición para llegar con bien a nuestro destino.
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