Aquella tarde a mis 16 años de edad, caminaba tranquilamente por la avenida Francisco I Madero de nuestra ciudad, mejor conocida por calle 17, mi destino era llegar al Paseo Pedro J. Méndez, a la refresquería “El Yalalag”, tenía una cita romántica, había invitado a cenar a mi vecina, joven mujer de la que estaba más que enamorado, he de confesar, que mi nerviosismo era evidente, me sudaban las manos, se me resecaba la boca, y me temblaban discretamente la piernas; al llegar a la refresquería seleccioné una mesa, y en seguida se acercó el mesero para atenderme, le dije que esperaba a una persona y le solicité un vaso de agua; esperé diez minutos y de pronto en la distancia pude reconocer la hermosa figura de la persona que esperaba con ansia, emocionado me puse de pie y levanté el brazo derecho para indicarle el lugar donde me encontraba, ella sonriendo llegó, pareciendo muy segura de sí misma, me saludó de mano y pude comprobar que su mano sudaba, lo que evidenció también su nerviosismo; como todo un caballero retiré la silla para que accediera a sentarse y ya más calmados los dos, empezamos platicar, ella le comentó a su madre sobre la invitación que le hice, respetuosa y buen hija que era, le pidió permiso para asistir a la cita, recomendando sólo un par de horas, ella tenía que regresar a las 19:00 hrs., sólo teníamos una hora y media, efectivas para dialogar y cenar así es que apresuramos el proceso.
Hablamos de muchas cosas, en pocas palabras, pero de lo que para ambos era una prioridad, parecía tabú, no encontrábamos en qué momento hablaríamos de la más importante de las emociones: el amor.
Ella veía con insistencia su reloj, y yo me angustiaba cada vez más, y cuando parecía que había llegado la hora para regresar, metí mi mano derecha a la bolsa del pantalón y saqué un anillo de aluminio que había arrancado de una lata de refresco y le pedí me mostrara su mano izquierda y cerrara los ojos, así lo hizo y le coloqué el anillo en su dedo anular, ella abrió inmediatamente los ojos y llevando su mano a su pecho dijo: ¿es acaso esto un compromiso? Yo le contesté: sí, lo es, espero que no te decepcione la calidad del anillo, empeño en ello mi palabra de que algún día no muy lejano, si tu anhelo es como el mío estaremos unidos teniendo como lazo de unidad la bendición del sacramento matrimonial.
Hace unos días le pregunté a mi esposa, si aún guardaba aquel anillo de aluminio y me respondió, afirmativamente. Son estas cosas de jóvenes con convicciones firmes, cuando la necesidad de amar es más grande que cualquier situación material que sería un limitante para no llevar a cabo la divina voluntad de Dios, de unirse hasta la eternidad.
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