Un buen día caminaba muy temprano por la vereda que se encontraba en la espesura del bosque del llamado Ojo de Agua, en la comunidad de San Francisco, Santiago Nuevo león, he de confesar, que cada vez que hacía el recorrido en solitario por esa área, me asaltaba una desagradable sensación de temor, por lo que procuraba realizarlo de manera rápida, esto se debía a que evocaba una leyenda que mi abuela Isabel y la tía Chonita  solían contarnos para evitar que nos internáramos en entornos naturales donde transitaban pocas personas; en aquel paraje solitario y silencioso, cualquier tipo de sonido, ya fuera el roce de las ramas de los árboles movidas por el viento, o el crujir de las delgadas ramas cuando en ellas se posaba alguna chachalaca, me inquietaba sobremanera, tal vez eso se debía que aquellas experiencias me impactaban, debido  a mi corta edad ,pues en aquel tiempo, contaba con 8 años de edad, y  mi mente era fácilmente influenciada por historias o cuentos que emanaban de la familia u otras personas cercanas, una leyenda que acentuaba mi temor trataba sobre el desafortunado ataque que sufrió una persona de mediana edad, al encontrarse con un perro que aseguraban tenía rabia y que al morder a su víctima le transmitió el virus, ocasionándole al poco tiempo los síntomas que caracterizan a la mencionada enfermedad, como son de inicio: fiebre, dolor de cabeza y malestar general, seguido de alteraciones más graves como agitación, confusión, alucinaciones, dificultad para tragar y producción de excesiva saliva, para terminar finalmente con espasmos musculares, parálisis y coma.

Pero, ¿por qué motivo me encontraba ahí? ahora recuerdo, que cuando solía visitar a los abuelos maternos, me reunía con los amigos de mi edad que habitan en la comunidad, quienes contaban historias fantásticas, donde sobresalían, algunos valores como la valentía, asumiendo que no estaba a su altura, porque en lo personal había muchas situaciones que me intimidaban, de ahí que me propusiera acudir al Ojo de Agua para demostrar ese valor; afortunadamente, nunca sufrí ningún incidente qué lamentar, por el contrario, sin saberlo, incentivé mi capacidad resiliente al superar mis temores, de hecho llegué hacer de esos paseos una buena terapia para paliar mis momentos de tristeza, pues el estar en contacto con la naturaleza contemplando su majestuosidad contribuyó positivamente a mi crecimiento espiritual, recordando aquella cita bíblica: “No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa” (Isaías 41:10).

enfoque_sbc@hotmail.com