Tener hijos es una bendición, después, vienen los nietos y se repite la emoción, pero, lo que más extraña una persona de mi edad, es tener la fuerza suficiente para lidiar con la brutal energía que emerge de esos hiperactivos cuerpos, que curiosos, buscan todas las respuestas a sus inquietudes; algunas de las cuales, las encuentran en la casa de sus padres, otras en la escuela, pero la mayoría son contestadas en el pequeño hogar de los abuelos; bueno, quizá haya abuelos que tengan una casa grande, pero he podido observar, que entre más grande sea el segundo hogar más se retrasa el conocimiento que buscan. Aquí, en nuestra pequeña casa, cuando llegamos a coincidir nietos y abuelos, el choque de partículas que emanan de nuestros cuerpos se puede palpar, y es inevitable el tener el acercamiento suficiente como para no prestarnos atención unos a otros.

Mi nieto mayor, Sebastián, tiene 13 años, y el menor, José Manuel, tiene 19 meses, entre ellos se pueden contar Emiliano, Andrea, Fernanda, Valentina y María José, todos ellos son muy especiales y tienen, por ende, demandas especiales, los mayores nos cuestionan sobre las virtudes y defectos del ser, los de la etapa mediana nos preguntan sobre la vida de sus padres y los más pequeños lo único que desean, es saber si estamos en condiciones de atenderlos, y su mayor demanda es el juego, por cierto, son estos los que acaban por terminar lo último de la carga de energía que nos resta, después de tener siempre ajetreados días; de ahí, que cuando sale por nuestra puerta el último genio, sólo nos queda tiempo para tomar un refrigerio y reposar un par de horas antes de irnos a la cama.

Si por casualidad asoma la remota idea de querer un tiempo de pareja, para al menos vernos a la cara, tomarnos de la mano o tratar de hacer un pequeño plan para recordar viejos tiempos, de pronto, todo se esfuma cuando recibimos la llamada de alguno de nuestros hijos pidiéndonos oportunidad de cuidar nuevamente de estos amadísimos pequeños depredadores de energía, mi querida esposa al teléfono, me mira como buscando mi aprobación, pero de nada valdría una negativa, pues sé que de no acceder, el que más sale perdiendo soy yo, que por cierto, siempre busco complacer a María Elena, pues de un tiempo para acá, me he dado cuenta que si ella es feliz con cuidar a los nietos, yo soy feliz al sentirla viva e interesada en seguir ejerciendo su protestad materna.
Dios bendiga a los hijos, bendiga a los nietos y a las madres abuelas como mi esposa, sólo le pido a mi Señor que me dé mucha paciencia y mucho más energía para poder pasarle batería a mi descendencia.

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