Hace unos días, pasé a saludar a mi hija Kattia y a mis nietos Sebastián, Emiliano y Andrea; después de estar con ellos una hora, invité a los niños a que me acompañaran a visitar a su bisabuela, pero los varones declinaron, no así Andrea, que con una gran sonrisa aceptó de buen agrado, le pidió permiso a su madre y después subimos al auto.

Durante el recorrido, Andrea me contó cómo era un día de lo que consideraba su emocionante vida, noté que era sumamente detallista al narrar cada uno de los aspectos que contaba, me habló de que esperaba con ansia algunas fechas del calendario, como el día de su cumpleaños, asegurando que varias de su amigas ya le habían comentado cuál sería su regalo; después habló de que esperaba también con mucha ilusión su cumpleaños número catorce, porque ese sería el año en el que deseaba tener su primer novio, porque quería que éste fuera su chambelán en sus quince años, le expliqué que no era necesario que su chambelán fuera su novio, que bien podría ser su mejor amigo a o algún compañero de su escuela, pero ella insistió de que era importante que ese personaje tuviese una relación de mayor compromiso con ella, debido a la importancia del festejo. Retomando precisamente la palabra compromiso, y tratando de persuadirla de que no era necesario que a esa edad se tuvieran compromisos de tal seriedad como el noviazgo, le hablé de que a esa edad era preferible que disfrutara la vida, divirtiéndose sanamente con sus amigas, que viviera experiencias igualmente saludables, para que no fuera a truncarse su desarrollo, mucho menos los planes de superación que seguramente buscaría más adelante, y ya cuando llegara la madurez intelectual, y teniendo plena conciencia de que ella estaría ejerciendo todo el potencial para valerse por sí misma, para enfrentar cualquier reto en la vida, buscara formalizar una relación seria y respetuosa con el que seguramente compartiría otra etapa de su vida; cuando iba contándole todo esto a mi adorada nieta, veía yo solamente al frente, por un lado, para no distraer mi atención mientras conducía, por otro, para que la niña no se percatara de algún gesto que pudiera delatar mi desacuerdo con su “Plan A”; como la niña iba muy callada le dije: _Si no he sido muy claro en lo que te estoy explicando, dímelo, tengo suficiente tiempo para contestar todas tus dudas. Entonces, la niña, mirándome con cierta incredulidad me contestó: Mi única duda es saber ¿quién te aconsejó a ti cuando tenías mi edad? Porque si fue tu abuelo, no le hacías mucho caso, mi abuela me contó que tú te hiciste novio de ella a los quince años, también me dijo que fuiste su chambelán, y que para esa edad ya eras bastante madurito y muy comprometido pues te querías casar con ella. Me sonrojé un poco al verme descubierto y tratando de apuntalar mi propuesta le dije: _Tu abuela exagera un poco, ya ves como son las mujeres de románticas, pero precisamente, por andar haciendo compromisos tan joven ya me andaba para cumplirle todo lo que le había prometido. Observé que mi nieta no estaba muy convencida con mi respuesta y me dijo: _¿Y se puede saber que le habías prometido? Bueno, la verdad nunca le prometí tener una hermosa casa, llena de lujos, un auto último modelo, viajes por todo el mundo, joyas, sólo le prometí dos cosas, que siempre la amaría y estaríamos juntos toda la vida. Mi nieta sonrió y después me dijo: _Sabes una cosa abuelo, cómprame un chocolate.

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