Durante mi juventud, tenía por costumbre recostarme por las tardes; mi cama estaba situada frente a una ventana, y a través de ella podía apreciar el azul del cielo; nunca fue mi intensión quedarme dormido, por el contrario, quería estar despierto el mayor tiempo posible, y en ocasiones, quedarme hasta que se diera el cambio de tonalidad, cuando la luz del sol ya no iluminaba esa parte de la bóveda imaginaria donde se distribuyen las estrellas y los planetas; hacía esto, porque me permitía entrar a un estado de paz interior, pues imaginaba, que a esa altura no podrían alcanzarme los problemas que se generaban en la tierra. Gracias a esa abstracción temporal, lograba recargarme de energía, para continuar al día siguiente con las rutinas del hogar y de la escuela, enfrentar los retos que se iban presentando en el camino y pensar en aquello que podría brindarme la oportunidad de seguir luchando por obtener lo que idealizaba como satisfactores personales.

Realicé ese ejercicio, al que podíamos considerar como meditación, durante toda la secundaria y la preparatoria, y sí, poco a poco me fui percatando de que todo aquello que se desea de corazón, se puede ir cristalizando con el paso de los años.

Dice una frase que “querer es poder” pero yo estoy convencido, que para alcanzar todo lo que te propones en la vida y disfrutar a plenitud de tus logros, se debe de tener sin discusión, un propósito de benevolencia; porque quien vive para sí mismo, sólo podrá satisfacer su egoísmo.

Hoy, mi cama ya no se encuentra frente a una ventana, y cuando llego a tener la oportunidad de acostarme por la tarde, sólo logro ver el muro que está frente a mí y que me separa de todo aquello que de joven me daba la oportunidad de soñar; hoy mis anhelos son más difíciles de cristalizar; hoy el tiempo es más veloz que mis deseos, y para cuando llego a estar de pie frente a una ventana, el azul del cielo ha cambiado de tonalidad, entonces, aquella aparente o simulada oscuridad, me lleva hasta la cama, y ya acostado, con los ojos cerrados, poder soñar en aquella quietud de la bóveda celeste, ausente de sonido, y reciclar la energía que pude acumular en aquella juventud, en la que me situaba en un espacio especial para mostrar mi gratitud a Dios por tener la fortuna de vivir en el tiempo de la luz.

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