Hace un par de semanas, al llegar a nuestra casa después de un pesado día de trabajo, me encontré con la sorpresa de que todos mis nietos y dos de mis hijas se encontraban de visita; los más pequeños corrieron a saludarme, los de mayor edad, sólo hicieron un ademán como saludo, o expresaron un “hola, ¿cómo estás?” busqué donde sentarme, pero los sillones de la sala y las sillas del comedor estaban ocupadas, así es que, me dirigí a mi taller literario, pero sorprendí a 2 de mis nietos utilizando mi computadora y ocupando los dos sillones existentes en esa habitación; decidí entonces dirigirme a la recámara y me acosté sobre la cama, ya en ese estado de confort, me puse a pensar en el hecho de que aquello que de entrada parecía una situación incómoda, porque generaba mucho bullicio, dificultaba el paso, o impedía que hablara con María Elena sobre los detalles del día, para que me compadeciera, tenía más valor positivo que negativo.
Provengo de una familia numerosa y nuestro hogar de la niñez, siempre estuvo a toda su capacidad, albergando a familiares, amigos, vecinos y demás; veía cómo nuestra madre se esmeraba en atender a propios y extraños, ya sea si se trataba del almuerzo, la comida o la cena; las fiestas también eran muy concurridas, incluso, lo son actualmente, así es que, después de aquellas constantes expresiones de energía, venía la calma, pero no para nuestra progenitora, que tenía que poner orden nuevamente, para que la casa estuviera presentable. Entonces, ¿por qué, si ya existen sobradas experiencias relacionadas con el sobrecupo en el hogar, tendría esto qué generar más estrés? la respuesta no se hizo esperar, y el factor que más interactúa para resistirse a pasar la prueba para medir la resistencia, la tolerancia y la paciencia, sin dudarlo es la edad.
Cuando se es un abuelo joven, sin duda se disfruta con mayor intensidad la presencia de los nietos; un abuelo de mayor edad, experimenta un cambio de actitud que lo predispone a buscar un equilibrio, entre el gasto energético de quienes están sobrados y la desgastada fortaleza física; sabe que más allá de un par de horas, la resistencia se verá vulnerada por la hiperactiva personalidad de los pequeños devoradores de la energía de los adultos mayores.
Sin duda las heroínas de las continuas historias de supervivencia familiar, son las abuelas; si ellas pueden tolerar todos estos esfuerzos, sin duda Dios las premia con mayor longevidad que los abuelos, tal vez para recibir en su momento, un trato amorosamente angelical y muy distinguido por aquellos que en un tiempo se comportaron como verdaderos diablillos.
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