Hay cosas en la vida que no pude disfrutar como me hubiera gustado, y tal vez, como debió haber sido; y aún tengo vida gracias a Dios, pero el tiempo destinado para sentirme realizado, en el caso que hoy me ocupa, ya pasó; el por qué me ocurrió a mí, no lo sé, pero cualquiera que hubiese sido la causa, hoy que me jacto de tener cierta madurez, me da ésta, la suficiente sabiduría, para no culpar a nadie. Lo anterior viene a colación porque el día 27 del presente mes, mi padre terrenal cumplió 26 años de haber fallecido, y como suele suceder en estos casos, algunos se preguntarán si con su partida dejó un gran vacío en mi corazón; la verdad, no, no lo dejó, porque esa sensación de orfandad me acompañó desde muchos años atrás; si hay muchas cosas que seguramente mi padre quiso vivir en su tiempo y en su momento, no las pudo disfrutar, si no por las mismas razones que yo, tal vez por otras que justificaron la conducta de su padre, de ser demasiado estricto con su familia, de ahí que mi progenitor fuera, por el contrario, demasiado liberal en su comportamiento, olvidándose tal vez de que debió haber sido equitativo con el tiempo y con el trato. De acuerdo a la filosofía que aplicaba mi padre, todo hombre debe de ser feliz con aquello que precisamente lo hace sentir libre, y el matrimonio, no es precisamente una condición que le dé al hombre tantas libertades, no, al menos si sólo piensa para sí mismo y se olvida de la verdadera esencia del sacramento matrimonial, hayan sido como fueron las cosas, un buen cristiano y aspirante a discípulo e Jesucristo, no debe juzgar a su prójimo, mucho menos sus padres; de ahí, arrastro mi pesar, porque en verdad, cómo me hubiera gustado haber convivido con mi padre lo suficiente como para no haber dejado ningún sentimiento pendiente: seguridad, confianza, templanza, pero sobre todo amor.

Permítanme mis estimados lectores, rendirle un pequeño homenaje a mi padre, con la poesía que le dediqué precisamente el día de su muerte.

Cómo olvidarte

Quisiera recordarte triste, mas me resulta imposible,

eras tan alegre, tan bromista, de tan oportuna ocurrencia.

Quisiera decirte adiós y me resulta inconcebible

aceptar que no estás aquí, pues aún siento tu presencia.

Cómo decirte ahora que estoy dolido y muy sensible,

sin derramar el llanto de mi espiritual esencia.

Cómo alcanzar tu altura, águila invencible,

si forjaste toda una leyenda en tu ascendencia.

Para ti la vida bohemia era imprescindible,

por eso siempre la guitarra anunciaba tu presencia.

Para ti la amistad era un lazo indisoluble

y llegaste a integrar cadenas con afán y persistencia.

Tus canciones serán todo el tiempo inconfundibles,

pues en ellas, impreso dejaste el corazón con impaciencia.

Tus canciones son ahora los tesoros codiciables

de todos los que te escuchamos con agrado y complacencia.

En esta tierra tamaulipeca, de hombres muy respetables,

si de amistad sincera se pidiera referencia,

en esta tierra de bondad y de franqueza inigualables,

mencionará tu nombre, todo aquél que te quiere y te aprecia.

Con cuánto orgullo escuché que eras de sentimientos nobles,

sanando con ello los sucesos que marcaron mi existencia.

Con cuánto orgullo admiré de ti los conocimientos más notables

que humildemente aplicaste al ser solicitada tu experiencia.

Alguna vez te escuché decir aquellas palabras formidables:

“El hombre que no sirve a sus semejantes no justifica su existencia”

Alguna vez te vi servir y sufrir lo inconfesable

por no poder seguir al vencer el mal tu resistencia.

Y ahora que estamos visiblemente inconsolables,

queremos resignarnos y no sentir tu ausencia.

Y ahora el cielo gris, preludio frío de tinte inconfundible,

refleja tu faz cansada, triste… feliz en apariencia.

Corre y busca ahora, luchador infatigable,

la ansiada felicidad que existía en tu conciencia.

Corre presuroso, que la luz de amor inagotable,

te dará la calma de un niño en su inocencia.

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