¿Qué estás mirando? Me preguntaron cuando me encontraba totalmente absorto viendo hacia la parte superior de una ventana, de aquella recámara que lucía un acabado perfecto, en una capa de blanquísimo blanco del yeso, que difícilmente se puede ahora observar en las casas actuales. Pero volviendo a la pregunta, algo, inexplicablemente llamó mi atención en aquel histórico momento; seguramente, se trataba de un vivo recuerdo del pasado, donde el personaje central era una joven, de complexión delgada, que lucía un largo vestido conformado a pliegues, que tenía estampado un nutrido número de cuadros en diferentes tonos

de color café, que combinaba a la perfección con una blusa del mismo color, por cierto, ajustada perfectamente al tórax. ¿Qué hacía la muchacha sobre aquel taburete de madera? acomodando con sumo cuidado, en el cortinero, un lienzo de fina gasa importada; batallando un poco con su sedoso y largo cabello, porque en momentos, debido a la brisa, le cubría sus hermosos ojos.

¿Quién era? ¿Quién? Por Dios, que memoria la mía, que no pudo recordarlo ahora, acaso habrán pasado cincuenta años; ¿sería la casa de mi abuelo paterno Don Felipe Beltrán Gracia? debió serlo, porque en la casa de mi abuelo materno, Don Virgilio Caballero Marroquín, el enjarre de las paredes era diferente, pero no por ello menos bello. Si, ahora lo recuerdo, era Vicky una de mis primas de los Estados Unidos, que como nosotros, solía vacacionar algunas veces en la casa a la que dominábamos “La Francia”, eso debido al nombre de la botica, propiedad de don Felipe, ubicada en el ocho Matamoros y Guerrero, ahí donde se fundó la primera escuela de medicina de Ciudad Victoria; qué cosas tiene la vida, haber sido yo, su nieto, el que le diera vida a una ilusión de aquel sabio farmacéutico. Entonces, yo también tengo historia, por eso, aquellos primeros médicos forjados en Victoria ocupan un lugar privilegiado en mi memoria.

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