De pronto, viene a mi mente aquella frase que cita “Qué bonito es lo bonito” hoy la aplico a mi profesión, una ciencia, un arte, una pasión y un enorme compromiso social, sobre todo con los que menos tienen. Sí, la profesión médica puede ser sufrida, pero también es una grata experiencia de vida, que nos muestra todos los días, por qué el amor por el prójimo, es un mandamiento que no pierde vigencia en el corazón de los hombres y mujeres de buena voluntad y de comprobada fe.

Es mi vida laboral un gran libro de sabiduría, escrito por la historia de cada uno de mis pacientes, por la de mis compañeros de trabajo y por la contribución de este servidor de Cristo, que gracias a su intercesión puede intervenir humildemente, y de la mejor manera, para dar un nuevo aliento de salud a los dolientes.

Realmente no tengo nada de extraordinario en mi haber, soy un médico con una formación académica básica, con limitaciones, pero, con grandes anhelos de procuración de salud, basándome en dualidad de la naturaleza del ser, sus expresiones vitales, la interpretación y la traducción de sus emociones. He aprendido en todos estos años, que existe un dolor que no curan los más potentes analgésicos y que el origen del mismo no es orgánico, pero que tiene el poder de afectar por sí mismo a toda la materia, vulnerando las defensas del organismo y traducir su efecto en lo que conocemos como enfermedad.

He encontrado que la mejor medicina es el amor, y la mejor herramienta para iniciar una intervención efectiva, es la misericordia. Ayer tuve el privilegio de atender a la unidad conformada por los seres que logran integrar su vida en una solo cuerpo, aprendí que el cuerpo, en este caso, no es de carácter material, sino espiritual, y que a pesar de los muchos años de la fusión, no se pierde la individualidad del hombre y la mujer, porque mientras se encuentren en el proceso de la evolución terrenal, seguirán teniendo sus diferencias, pero, si lograron trascender espiritualmente sustentando su verdad en el amor, aunque muera la materia, no morirán del todo.

“Dijole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá, y todo aquél que vive y cree en mí no morirá para siempre: ¿crees tú esto? (Jn 11-25-26).

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