Cuando niño, teniendo suficiente edad para desplazarme en el transporte público, y experimentando la seguridad que daba una época en la cual, aún se respiraba un clima de armonía y buena vecindad, cumplía mi mayor anhelo, que era acudir a la casa de mis abuelos maternos, los viernes, después de salir de clases.

El recorrido era de aproximadamente treinta minutos, partiendo de Monterrey N.L. y teniendo como destino la hacienda de San Francisco, en Villa de Santiago. Al llegar a la plaza principal del hoy Pueblo Mágico, me disponía a emprender a pie el ascenso a San Francisco; recuerdo, que llegaba a un punto, donde había una desviación, que era considerada como un camino más corto, que en ese entonces se encontraba despoblado, y sin ningún temor, caminaba confiadamente hasta llegar al límite posterior de la propiedad de mi abuelo Virgilio, la cual estaba perfectamente delimitada por una cerca de piedra, la mayoría del tipo bola azul; caminaba entonces, por el lado de la calle, hasta llegar aproximadamente a 6 metros antes de la casa, lugar, por donde intentaba brincar para introducirme al solar; pero recuerdo, que siempre titubeaba, porque precisamente, enfrente se encontraba un viejo naranjo, de cuyo tronco se observaba la cabeza de un gran sapo, que parecía custodiar la cerca en ese sitio.

En ocasiones me armaba de valor y tiraba el brinco con los ojos cerrados, otras, simplemente, no lo hacía y prefería mejor rodear hasta llegar al frente de la casa grande; un día, cansado de tanto temerle a aquel “animal” decidí enfrentarlo, tomé en una de mis manos una rama larga y con mucha cautela me acerqué, y empecé a tratar de sacarlo de su nicho, pero curiosamente, el sapo no se inmutó, por lo que me fui acercando cada vez más, hasta situarme frente a él, y cuál fue mi sorpresa al encontrar sólo una piedra parecida a la cabeza de un anfibio incrustada en el tronco: desde entonces, procuro enfrentar mis miedos, porque el sólo hecho de recordar cómo me paralizaba aquella amarga situación, me entristece y me avergüenza.

Cada vez soy más consciente de que a mayores retos, se requiere no solo tener más valor, sino la confianza de contar con la ayuda de Dios para poder vencer tus miedos.

“¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra, sin que lo permita el Padre; y él les tiene contados a ustedes aún lo cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones” (Mt 10:29-31)

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