Hace tiempo que dejé de comer tortillas de harina, la verdad me gustan mucho, pero padezco de gastritis y prefiero llevarme la fiesta en paz, hace un par de días me esposa compró un paquete de tortillas de harina listas para ponerse en el comal a cocerse y el aroma llegó hasta mí, ocasionando un deseo irresistible de comer una, entonces me dirigí a la cocina y antes de que pudiera decir algo, ella me dijo: Te voy a poner a tostar una en el comal, tal vez bien cocida no te caiga mal; para evitar la tentación me retiré sin contestar, llegué hasta mi oficina literaria y con cierta decepción me dejé caer sobre el sillón, cerré los ojos, tratando de olvidar el ofrecimiento que me había hecho María Elena, pero no pude evitar seguir recibiendo aquel aroma tan delicioso que se desprende de la tortilla al estar sobre el comal; luego me pregunté ¿por qué soy tan antojadizo? la respuesta no se hizo esperar y los recuerdos me llevaron hasta mi niñez, donde me vi sentado en el antecomedor, esperando a que mi madre me diera de cenar un buen plato de frijoles con aquellas inigualables tortillas de harina que cocinaba, fueron muchas veces las que comí aquella delicia, confieso que a muchos de mis amigos los volví adictos a las tortillas de harina hechas a mano por mi madre, en ocasiones, después de jugar en el barrio, me atrevía a invitar a todos mis amigos a cenar, diciéndoles que cenarían algo que jamás podrían olvidar. Nunca temí que mi madre me regañara por llevar a cuatro o cinco cuates de la cuadra, por el contrario, ella sacaba más harina, se ponía a amasarla y en unos minutos todos comíamos con tortillas recién hechas.
Ya de adulto, cuando quería quedar bien con alguno de mis jefes del trabajo, algún invitado especial a las conferencias y cursos que organizaba, siempre los llevaba a almorzar a la casa de mi madre y quedaban muy complacidos, tanto, que algunos presidentes de organizaciones médicas le pedían la receta o le preguntaban con respeto si podía venderles algunos paquetes de tortillas; pero solamente, a mi insistencia, se comprometió a obsequiarle tortillas y enviárselas al entonces Distrito Federal, al presidente de la Sociedad Mexicana de Salud Pública A.C., en el tiempo en el que fungí como presidente de la Sociedad Tamaulipeca de Salud Pública A.C., mes con mes se le enviaron una caja con tortillas de harina de la famosa señora María Ernestina Caballero de Beltrán.
Hoy a sus noventa y un años de vida, me acerco a la cama de mi madre, le recuerdo el hecho, y pongo la palma de mi mano junto a la suya, le pido hagamos juntos las de harina, y ella, sonriendo empieza a palmear mi mano.
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