Un grupo de jóvenes que realizaban prácticas pre profesionales en mi lugar de trabajo, en un momento de descanso, platicaban sobre el noviazgo y de cómo los teléfonos celulares se habían convertido en un instrumento indispensable para mantener una comunicación continua con sus parejas, cuando se encontraban alejados, y estando yo cerca de ellos, me pidieron mi opinión  sobre la  forma más efectiva para establecer contacto; sin pensarlo mucho, les dije, que no hay nada mejor que estar frete a la persona amada para decirle todo lo que sentimos por ella; algunos se rieron de mi respuesta, y me aclararon que la pregunta se refería, al medio de comunicación que me parecía mejor para mantener una relación a distancia; entonces, les hablé de la utilidad de las cartas enviadas vía servicio postal mexicano; de nuevo se rieron, comentando que me hacía falta actualizarme para aprovechar los beneficios que ofrece la nueva tecnología, estuve de acuerdo con ellos, pero insistí en que para mí no había nada mejor que plasmar los sentimiento a través de la escritura de puño y letra.  En esos momentos mi mente evocó el pasado y me llevó hasta la habitación que ocupaba en mis tiempos de  estudiante universitario, me vi de nuevo sentado en aquella silla que siempre faltó en el comedor de mi madre y que ella me había obsequiado con tanto amor cuando tuve que dejar el hogar para irme a estudiar a Tampico, esto, para que nunca olvidara que tenía un lugar en su mesa, y apoyándome en aquel escritorio  metálico de color rojo que por mucho tiempo estuvo en la oficina de su negocio ubicado en la esquina del 13 Morelos. Me veía pues, inclinado como el ávido lector que quiere devorar con sus ojos un interesante libro,  repasando cada uno de los reglones de las armoniosas oraciones y los versos de amor que le escribía a María Elena, tratando de impregnar, con mi espíritu enamorado, aquel bendito papel, rogándole a Dios que cobrara vida para que cuando estuviera leyendo, me viera reflejado en cada una de mis cartas. Era ese el medio más accesible a mi economía para comunicarme en aquel tiempo con mi amada; desde aquella habitación, donde por igual me consumía el estrés por tener que estudiar tantas materias a la vez, y la ansiedad que me causaba el estar alejado de ella, imaginando en mi soledad, que ambos necesitábamos establecer una comunicación diaria para sentirnos siempre acompañados.

Mientras yo soñaba en ayer, los jóvenes seguían debatiendo sobre el tema y desperté cuando uno de ellos, al parecer el más enamorado, me pidió que le narrara mi maravillosa experiencia con la escritura de las cartas.

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