Todo mundo va, todo mundo disfruta, todo mundo se queja…
Las campañas políticas tienen mucho, pero realmente mucho de qué comentar, sobre todo, por aquellos que no tienen afinidad con ciertos candidatos y gustan de atacar con justa razón pero poco peso y lo más grave, sin que sean tomados en cuenta por autoridad alguna que debiera poner orden y, lejos de hacerlo, se suma a la indiferencia y al cinismo y se hacen de la vista gorda.
Estuvo en la entidad José Antonio Meade y con él los candidatos del PRI a distintos puestos de elección popular, con más que esconder y avergonzarse que presumir: se dieron cita muchos servidores públicos disfrazados de simpatizantes; antes se les llamaba acarreados, pero desde que estamos en tiempos de nueva política, tienen distinta clasificación: militantes, simpatizantes, voluntarios y más aún, pero todos acuden por obligación con sus jefes y más allá de eso: por una gratificación en especie o en metálico.
Meade seguramente saboreó el amargo sentimiento de la indiferencia, cuando tenemos un gobierno terriblemente negativo en cuanto a resultados y que la voz popular no ha calificado adecuadamente; de igual manera, en los niveles inferiores, como es el caso municipal, también hemos sido objeto de una gran decepción por la poca calidad de los miembros de una plantilla llena de cuestionables nombres por sus actitudes, reputación y resultados entregados.
Ahí hay de todo, o al menos en la capital, porque se dieron vuelo con los parientes, los acomodaticios de los “poderosos” -o ex poderosos- y muchos pájaros de cuenta.
El caso es que J.A. Meade no estuvo rodeado de lo más granado de la clase política, sino de aquellos que han sido afortunados de poder vivir por lustros a expensas de los presupuestos ajenos, y también, de otros que bajo el amparo de los cargos populares brincaron de estatus: convirtiéndose en millonarios en uno o dos sexenios… y van por más, al parecer.
Y el hartazgo de la gente cada día es mayor, porque el cinismo crece en proporciones agigantadas. Hace años los que se dedicaban al arte de engañar por un voto y enriquecerse tenían un poco de dignidad y vergüenza; hoy, sin embargo, no tienen ni intención de tapar sus pillerías y acciones que la gente sigue juzgando como negativas al ver la forma en que se saquean las cuentas públicas.
Cierto es que hay obra que se ve y se disfruta, pero a fuerza de ser sinceros, nos falta mucho más y se puede hacer con el dinero que se entrega, si es que éste hubiera sido distribuido únicamente en beneficios para la gente y no en privilegios para unos cuantos, que es lo que la gente sabe y ve, y de lo que est´mucho pero mucho muy cansada.
Los actos de estos partidos decrecen cuando los independientes siguen viento en popa, también apoyados por la enajenación generalizada que augura un dudoso triunfo del más peligroso candidato en la presidencia de la República; los candidatos a senador, diputados y alcaldes ganan porque la gente, fastidiada de lo que hemos visto, está volteando la vista hacia los “morenos” y al parecer podrá hacer llegar al triunfo a más de dos, incluidos en esta capital el candidato Eduardo Gattás, quien ha visto crecer su campaña y su aceptación como la espuma, porque la gente no ve nada mal el que pueda llegar y probar un gobierno diferente en todos sentidos, y sobre todo, cercano a la gente, que es lo que más se le señalará en caso de ganar, porque ya la ciudadanía quiere ganadores que cumplan promesas y nos hagan crecer, que lleven a cabo esos proyectos que enamoraron a cientos o miles y que hicieron que la confianza resucitara en ellos hacia los políticos.
Por lo pronto José Antonio Meade ya probó el sabor de una fuerza opositora creciente, y el desencanto para con los de su partido, porque solamente se han dedicado a engañar, a llevar recursos a fondos desconocidos, y a regalar estampitas, promesas y esas cosas que luego de la elección por lo general desparecen.
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