Me parece importante recordar que la Liturgia en la Iglesia Católica es la celebración de la salvación realizada por Jesucristo en favor de toda la humanidad. Y este Liturgia tiene un ritmo en donde por un tiempo se celebra algún hecho particular y en otros se celebra la salvación en general.

Por eso en el tiempo de Navidad se celebra el misterio de la Encarnación, es decir, Dios que se hace hombre por medio de la Santísima Virgen María. Y en el tiempo “Ordinario” se celebra la salvación en general.
Y así el domingo pasado se celebró el Bautismo del Señor Jesús con el cual se cerró el tiempo de la Navidad y se inició el “Tiempo Ordinario” que no deja de tener importancia, porque como he dicho se celebra la Salvación en general.

Y así hoy se celebra el segundo domingo de este “tiempo ordinario”.

Los creyentes están convencidos de que la Encarnación del Hijo de Dios abre horizontes infinitos de transformación en la vida de las personas y de su entorno. En este contexto puede ubicarse el texto evangélico de este domingo conocido como “Las bodas de Caná”. Jn. 2:1-11.

El mismo evangelista da la clave de comprensión al expresar que lo que sucedió en aquella boda es el comienzo de los “signos” que tendrán como finalidad principal que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, de tal manera que se tenga vida.

Esta vida en abundancia podría estarse manifestando en el texto del Evangelio. En la transformación del contenido de las tinajas. Aquellos recipientes que contenían agua para la purificación ritual, ahora contendrán el mejor vino para la prolongación de la fiesta, del sentido de la vida. Con Jesucristo llega un tiempo nuevo; su presencia hace más felices a las personas.

Entonces la boda se presenta como el signo de la alianza, como el marco para la prolongación del sentido de la vida. El texto evangélico presenta a la Madre de Jesús, no sólo como intercesora, sino también como ejemplo de alguien que sabe identificar una necesidad, que prevé sus consecuencias, pero que también se abre a la esperanza.

La presencia amorosa de Jesucristo en la vida de cada persona abre a la búsqueda de sentido; se debe valorar la existencia prolongada en cada momento y espacio, en los que se vive el sentido de la vida. Se debe asumir la alianza con el Dios de Jesús como el mejor modo de darle sentido a la vida, sabiendo que lo contrario conduce a extravíos y desgracias graves. Y es que es necesario que a ejemplo de la Madre de Jesús, todos sepan abrirse a la esperanza que genera la presencia de Jesús en la vida de cada uno y en la comunidad.

Se puede orar con palabras del Salmo 95: “Cantemos la grandeza del Señor. Cantemos al Señor un nuevo canto, que le cante al Señor toda la tierra; cantemos al Señor y bendigámoslo”.