Hace algunas semanas me dijo mi madre, la Lic. Aliyán: “Las alas son tuyas y el cielo de nadie…”, en medio de una plática de sobremesa sobre el acontecer social y los altibajos que se gozan o padecen en un camino participativo de preocupación por lograr un mejor destino para la comunidad.
Esto, preciso, lo comentó antes de que esta semana recibiera una buena noticia sobre la reinvindicación de sus derechos notariales, como es ya de dominio popular en nuestra ciudad capital.
Y hoy lo recordé porque, al tiempo que reflexionaba, mientras leía uno de mis libros de cabecera “Nelson Mandela – Conversaciones conmigo mismo”, entre suspiros domingueros y café, me topé con esto (de una carta que escribió Mandela desde prisión en junio de 1970):
“Sin duda las cadenas del cuerpo son a menudo las alas del espíritu. En ‘Como gustéis’, Shakespeare expone la misma idea de un modo un tanto distinto:
Dulces son los usos de la adversidad, los cuales como un sapo, feo y venenoso, portan todavía una preciada joya sobre su cabeza.”
Los grandes y profundos propósitos traen consigo grandes y dolorosos obstáculos, que nos dan la oportunidad de valorar y legitimar lo genuino de la lucha. Muchas gracias por resistir, mamá. Tu probidad y fortaleza están a la vista.
Gracias a mi padre, por su inteligencia, calidad moral y paciencia para guiarnos.
Gracias a las familias Torre y Aliyán por su empatía. En particular a mi primo Luis Carlos Torre Garza por sus brillantes intervenciones jurídicas.
Gracias a todas y todos los victorenses que le externaron su preocupación a mi madre en su oportunidad abiertamente, y también a quienes por temor -propio de la época en que vivíamos- se lo externaron en privado.
Gracias a los medios de comunicación que no obstante las condiciones, desde entonces dieron cobertura al cobarde abuso de poder y, que hoy dieron espacio a la terminación de tal arbitrariedad.
Y, como lo declaré: Gracias a la voluntad del Ejecutivo, en un acto de legalidad se enmendaron abusos y arbitrariedades del pasado.
Desde luego falta una disculpa de quien cobardemente ordenó este acto en 2020, pero no soy iluso, asumo no llegará. Confío en el tiempo que, a veces más tarde que temprano, siempre logra poner las cosas en su lugar.