El jardín de mis amores ha resentido el paso del tiempo, mis rosales se están dando por vencidos, van perdiendo sus hojas, se van secando sus tallos, van perdiendo sus rosas, y mi Cristo de todos los días, de los domingos familiares empieza a quedarse sin sus flores.
Me senté ante aquel plantío, en esa tarde húmeda y gris, cuando el sol estaba sin calor y sin brillo, cuando la tarde se estremecía mientras la abrazaba el suave frío, suave, sí, pero frío al fin, preludio sin duda de la proximidad del invierno que llega al fin, para decirme que la vitalidad de los rosales se estaba despidiendo, ya estaban en agonía. Yo los miraba con tristeza, y sí, parecía que se estaban despidiendo, mas permanecían aún verdes sus ramas, un verde suave que palidecía al morir la tarde.
¡Oh bendita naturaleza!, no es a mí al que tienen que agradar, pero agradezco mucho su atención y gentileza, sin duda podré ante mi Cristo orar, pero cuánta falta me harán las flores, para poderlo adorar.
El jardín de mis amores, me deja sin los colores que adornaban el altar, mas, bien sé que sus flores en primavera regresarán, para invadir con sus gratos olores el templo de mi pequeño hogar.
Salí aquel primer día de adviento, después de poner con devoción el altar, mirando con detenimiento el lugar vacío de mis adoradas flores, encendí el Cirio Pascual que también está por terminar, como el año que poco a poco sus días deja atrás, y mientras la llama se reflejaba en el vidrio del ventanal miraba con sorpresa cómo se inclinaba hacia aquel rincón, invadido por la sombra y por la humedad de aquella maravillosa naturaleza, y vi brillando entre el plantío aquel botón de rosa que se había quedado dormido preparándose como es debido, para recibir al Señor.
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