En el ritmo de la Liturgia de la Iglesia Católica este domingo se celebra fiesta de “La Transfiguración del Señor”. Que es un acontecimiento de capital importancia en la vida de Jesús. Es una revelación momentánea del misterio. Es un anticipo de su Resurrección.

Fueron tres testigos, Pedro, Juan y Santiago, quienes lo presenciaron, para hacerles comprender que la pasión, anteriormente anunciada y que ellos no fueron capaces de comprender, es realmente la manera como se mostrará la gloria del Hijo de Dios. El acontecimiento de la Transfiguración de Jesucristo fue una experiencia muy intensa de fe y oración.

Dice el texto evangélico: “Subió con ellos a un monte elevado”. En todas las religiones el monte ocupa un lugar privilegiado. Ahí se comunica la divinidad con el hombre. En la Sagrada Escritura el monte es el “lugar” en donde a Dios le gusta hablar y revelarse a los hombres. Por lo tanto, esta expresión significa ir al encuentro con Dios. La montaña, como el desierto, más que lugares topográficos muestra una situación humana de prueba y oportunidad de contacto con Dios.

La presencia de Moisés y Elías conversando con Jesús, indica que aquel camino, anunciado por el Maestro, es el que se anunciaba en el Antiguo Testamento. Estos dos personajes representan la convergencia de la Antigua Alianza hacia la Alianza perfecta, definitiva y nueva, cuyo mediador es Cristo. También designan la realidad viva de la profecía y de la Ley, que constituyen todo el contenido de la Biblia. Profecía y Ley confluyen en Cristo.

“Maestro, ¡que a gusto estamos aquí!”. Ante esa maravilla, Pedro reacciona deseando que eso perdure siempre, que este adelanto de la gloria sea definitivo. Pero no será así; habrá que volver a la normalidad y la gloria vendrá tal como Jesús ha dicho: por la pasión y la muerte.

“La nube que los cubrió con su sombra”, es la misma nube que en varios episodios de la historia bíblica indica y oculta al mismo tiempo la presencia misteriosa de Dios.

“Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”. Este testimonio del Padre es lo más importante de la escena y es lo que le da su verdadero sentido.

Se puede orar con las palabras de la oración de la misa: “Dios nuestro, que en la Transfiguración de tu Unigénito fortaleciste nuestra fe con el testimonio de los profetas y nos dejaste entrever la gloria que nos espera, como hijos tuyos, concédenos escuchar siempre la voz de tu Hijo amado, para llegar a ser coherederos de su gloria”.

Que el amor y la paz del buen Padre Dios permanezcan siempre con ustedes.