La Iglesia Católica en su Liturgia continúa celebrando la Pascua, es decir, la Resurrección de Jesucristo, el Señor.

Y en ese ambiente pascual este domingo celebra la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Y el texto bíblico que nos cuenta este hecho está tomado del libro de los Hechos de los apóstoles, 1, 1 – 11, que se proclama en la misa de este domingo como primera lectura, y dice así parte del texto: “Dicho esto se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente el cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir el cielo, volverá como lo han visto alejarse”.

Cuando la Liturgia de la Iglesia Católica está por concluir el tiempo Pascua, ya que esta es la última de este tiempo litúrgico, voy a transcribir parte de una reflexión del Padre y Doctor de la Iglesia san Agustín:

“Por razón de estos tiempos – uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas -, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua.

El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.

En aquel que es nuestra cabeza, hayamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la muerte; en cambio la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará.

Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. “Alabad al Señor”, nos decimos unos a otros; y, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones”.

Que el buen Padre Dios les acompañe siempre.